LA POESÍA Y EL ENIGMA
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(Consideraciones acerca del libro “Señales” de Nilda Sena)
Para Platón y los griegos la poesía era un modo particular de comunicación directa con los dioses. El poeta, así, era un profeta. O, para decirlo de otro modo, los profetas fueron todos poetas. Hay un misterio, un enigma sin solución detrás de esa conversión del lenguaje que nos sirve en cada acto cotidiano para vivir, hacer las compras, saludar a los vecinos; y ese mismo instrumento, dispuesto bajo otra forma, se convierte en poesía repentinamente ante nuestros ojos.
Nilda Sena, desde San Luis del Palmar, casi enajenada por la soledad de ese pueblo anclado en un pasado del que no renuncia, escribe poesía.
En “Señales” despliega un discurso no exento de los recursos retóricos y figurativos propios de la literatura. “Te canto / más allá del silencio / que guarece la soledad”, dice Nilda Sena. He conocido San Luis del Palmar como otros tantos pueblos del interior de la provincia de Corrientes. Recuerdo, por ejemplo, Saladas, Caá Catí, Bella Vista.
Sé que la soledad, aun estando en el ámbito familiar, acecha en el silencio de una tarde moribunda, o en siestas en los que el arenal de las calles parece un espejismo de sí mismo.
La soledad de Nilda no es simplemente el no estar acompañada: es el silencio ontológico, la orfandad en la que el ser se descubre intrínsecamente desnudo y carente. “Te canto / con el eco de mis lágrimas / que gotea hasta la eternidad”, dice Nilda Sena. La eternidad, aquí, puede estar puesta en lugar de: sitio sin tiempo / lugar donde nada deviene / espacio sin movimiento. Ese mismo vacío ontológico que se percibe en un pueblo al margen de las ciudades, amenazado por la arena que lo sitia, obcecado en su estar vuelto hacia sí mismo buscando continuamente nada. “En la perplejidad del día / se esconde la intemperie” confirma Nilda Sena.
“Monotonía de siesta morena, / de otoño amarillento, / de suspiro fugaz” dice Nilda Sena. Unir la monotonía con lo efímero parece un oxímoron ya que ambas ideas se contradicen. Si no fuera correntino el autor, recusaría la frase, pero este ser correntino me remite constantemente a la contrariedad como lógica social. Corrientes es toda una contradicción física y social donde hasta la monotonía podría ser fugaz. Conviven ambas condiciones sin repugnarse. Como muchas otras contradicciones que perviven saludables en los cuatro siglos y medio de la Provincia.
El discurso poético del libro parece estar dirigido a un sujeto de amor a quien la autora interpela continuamente: “El espacio vacío / habla de tu presencia, / y de tu ausencia / que ya no está”. O también: “Mientras todo pasa / como si nunca pasó / tu mirada se vuelve sombría” y las comparaciones sucesivas con el ocaso, el verdor, la naturaleza en fin hace que se confundan con cierta felicidad ambigua los mensajes: ¿A quién dirige la autora estas frases? ¿A un amor que está y no está encarnado? ¿A Dios, ya que en algún momento susurra que las oraciones ayudan? ¿A la pródiga naturaleza cuando invoca montes, laderas, arroyos, selvas, ocasos? “En la noche de verano / mientras el campo renace / agonizan mis deseos”, dice Nilda Sena.
Quizás ese panteísmo clandestino se exprese con toda su fuerza en el poema 15 cuando enumera los prodigios que acaecen cuando el agua se desvía. Hay que detenerse a pensar un momento. Por lo general, el verbo “desviar” tiene una carga ignominiosa, insinúa que algo ha salido de su sitio natural, que algo transgredió leyes eternas. Por eso esa frase que se va repitiendo “El agua que se desvía” carga cierta insolencia que termina siendo milagrosa: todo cuanto hace ese desvío es redimir a la naturaleza de sus carencias. Ya sospechamos desde Tales de Mileto y desde nuestra propia experiencia que agua y vida son sinónimos. Entonces, el agua que llega va sembrando prodigios en su camino.
Es por esta razón señalé al principio que toda poesía carga un enigma. Confronta a la razón con las paradojas: un vacío de eternidad, una monotonía fugitiva, un curso de agua que al desviarse produce milagros y muchos más que están susurrados por la voz poética y profética de la autora. Situarla simplemente en un pueblo de provincia, es una mezquindad. Acompañarla en la excavación de todos los significados que hurga con sabia unción, nos enriquece y nos enaltece como animales pensantes, que es como nos definió el finado Aristóteles, que de esto sabía, y mucho.
ALEJANDRO BOVINO MACIEL
BUENOS AIRES, FEBRERO 2024.
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