LA CLASE MEDIA ARGENTINA
El
pensador Arturo Jauretche observó algo que se repetía en la política argentina:
“La gente, cuando está bien vota mal, y cuando está mal vota bien”. El macrismo
en cuatro años de decadencia, en los que nos endeudó por cien años con el
préstamo del FMI, enseñó a la gente a votar. Las elecciones parecían
encaminadas y el triunfo de Alberto Fernández así lo confirmó. Pero no bien el
caso Vicentín le torció el brazo al gobierno en sus inicios, ya advertimos que
habíamos metido la pata escogiendo a un Presidente mediocre, sin pasta de
liderazgo y que en cada entrevista periodística daba clases de derecho como si
estuviese en la universidad. El gobierno de Alberto Fernández fue un fiasco. El
malestar fue creciendo gradualmente, la economía a los tumbos, la inflación
terminó siendo arrolladora y con ese malestar apareció el mesianismo del actual
Presidente que prometía combatir a la política profesional (la “casta”) y con
arrogancia egocéntrica y megalomanía a cuestas se llevó puesta a la clase
política.
El problema es que Milei entró en la Casa Rosada
prácticamente solo. No tenía partido político, apenas pocos legisladores,
muchos menos amigos ni conocidos de confianza en la administración. Eso es un
mérito que decae en desgracia. Ningún ser humano puede gobernar la Argentina en
soledad, y mucho menos cuando el equilibrio mental escasea. Allí acudieron los
auxiliares de la “casta” a rodearlo y copar el gobierno, y con reflejos de
puma, los grandes intereses concentrados les ofrecieron “asesoramientos” para
alcanzar la “revolución” que prometió por medio de dos mamarrachos legales
armados entre gallos y medianoche para “cambiar la matriz argentina desde sus
bases”. Hacer otro país, como un barajar las cartas e iniciar un nuevo juego
desde cero. El fundamentalismo mercadotécnico de Milei ya se conocía. Muchísima
de la gente que apoyaba sus medidas pertenece a la clase media argentina,
básicamente hipócrita. Aspiran a ser nuevos ricos, pero no tienen tierras.
Adoran ser aristocráticos, pero carecen de mansiones y autos de alta gama. Se
identifican con deportistas, artistas y empresarios del jet set pero no tienen ni talento físico ni capacidad ociosa para deslumbrar
en imágenes.
¿Qué puede hacer esta clase media frustrada?
Si ama lo que no alcanza, se desquita odiando a lo
que deja atrás: reniegan de la clase baja a quienes empiezan por detestar. Son
todos negros, planeros, choripaneros, villeras, ordinarias, haraganes, vividoras,
borrachines, drogadictos, etc. A quienes defienden los derechos de esa inmensa
mayoría de la clase baja a la que las políticas y la desidia empujó a la
miseria, los tratan de comunistas, peronistas, rosqueros, demagogos, gremialistas,
sindicalistas. En especial se ensañan con el mundo gremial que es la defensa
que la sociedad pone como barrera entre empleado y empleador para evitar los
abusos por parte del más fuerte, cosa que es harto común en este sistema
desalmado de negocios elevados a la categoría de religión en el siglo XXI.
Cuando alguien me viene con ese discurso de “todos
los sindicatos son nidos de ladrones” yo les digo simplemente: cuando usted
vaya y renuncie a las vacaciones pagas, el derecho a indemnización, el aguinaldo
y las paritarias, entonces lo escucharé y seguiremos conversando.
Y no estoy diciendo que no haya mugre en el
sindicalismo, y que necesita de una limpieza democrática, todo eso es real.
Pero de allí a poner todo en la misma bolsa, no está bien.
Porque es muy fácil tirar piedras desde la comodidad
de un sofá sin hacerse cargo del uso que está haciendo de esos derechos
conseguidos tras arduas luchas, y es de un cinismo supremo recibir el beneficio
y morder las manos del que lo otorgó. En esas actitudes mezquinas y miserables
está retratada la clase media que es siempre quien decide en las elecciones.
Recordemos que en televisión cuantas notas hacían a los transeúntes todos se
quejaban de los planes sociales, de los subsidios, de mantener vagos. El Gobierno
entonces puso en marcha un mecanismo de “sinceramiento” que consistía en
ingresar en una página web y anular el subsidio del transporte público de
pasajeros. De los 3 millones de personas que toman transporte en el AMBA se
anotaron 322. Es decir, frente al micrófono somos todos solventes, pero en la
soledad del bolsillo 2.999.700 siguió utilizando el descuento que aborrecía
para los demás.
Esa es la clase media argentina: poco más que
apariencia.
Alejandro Bovino Maciel
Buenos Aires, enero 2024
www.alejandrobovinomaciel.webador.es
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