viernes, 12 de enero de 2024

 

GAUCHOS IMPOSTORES

 

El arquetipo o modelo del gaucho es una impostura desde el comienzo. No estoy difamando para decir que el gaucho sea un impostor, estoy diciendo que esa imagen del hombre rural que ejercía el pastoreo y ha sido replicada hasta el infinito no es más que un fantasma en el presente, un reflejo que no tiene correlación material en el cielo platónico.

El tipo social del “gaucho” pudo haberse desarrollado a partir de criollos en tiempos de la colonia, cuando abundaban las tareas pecuarias para el hombre rural que era casi la mayoría de la población, cuando había pocas ciudades, y las que teníamos estaban escasamente pobladas. Después de la Revolución de Mayo muchos de ellos, absolutamente díscolos con la disciplina castrense, desertaron de las milicias y se hicieron nómades de las pampas. Gente iletrada y marginal que solo conocía el trabajo del pastoreo de vacas.

Poco sabemos objetivamente del guacho real, aquellos registros que los censaron en forma oblicua y retaceada no dicen mucho más que números y categorías sociales. La imagen más nítida que nos legó la literatura es visiblemente impostada, porque los verdaderos protagonistas, los gauchos de profesión, fueron alíteros y analfabetos; nada fiable dejaron a la posteridad. Los autores y poetas que escribieron sobre el gaucho —todos hombres, por lo que sé— no eran gauchos sino caballeros de levita y hasta socios del Jockey Club que, en sus momentos de ocio, que no eran pocos, fueron configurando el prototipo y el sociolecto del gaucho alzado contra la autoridad, libre como el viento pampero, idea que el romanticismo que impregnaba esa época imponía como necesidad.

Es sabido que las premisas de la sociología y las de la literatura no corren por el mismo camino. El sociólogo requiere datos, estadísticas, características generales. El escritor, en cambio, necesita del aura fantástica de la imaginación para poner a vivir a su personaje en situaciones críticas donde se revele su interior. El gaucho alzado contra la autoridad arbitraria resulta ornamentado con rasgos que se traen de aquí y de allá, de las novelas de caballería, del ideario estancado del tradicionalismo local o las efusiones policromadas del costumbrismo que reduce la nobleza espiritual a una ronda de mates con chismes del más allá. Los señoritos de bufetes del siglo XIX, estancieros muchos de ellos, forjaron un tipo social postizo con el valor de un cruzado, la nobleza de un apóstol, la irresponsabilidad de una napolitano y el atuendo de un magiar. De esa proyección infausta, alojada entre papel y tintas, nació el gaucho payador y matrero que en vano buscan los porteños (nacidos y criados en departamentos céntricos de 60 metros cuadrados) en los pagos de San Antonio de Areco.

He discutido estas cuestiones con una escritora adicta al gauchaje. Me consta que adora la literatura, pero su amor no es correspondido. Otro amigo en común le ha llegado a recomendar que, de cada cuento, escribiera solo el título y dejara al lector o lectora imaginar el resto. Mi maldad no alcanza esas cotas. Sigo pensando que, de viajar al Iberá, se vería francamente decepcionada de esa pasión por los gauchos que allanan su corazón sin que ella misma pudiera explicarse la causa. Mi sobrina Camila viajó hace un año al Iberá, y se embarcó en una excursión lacustre no exenta de saurios y carpinchos, pero su desilusión estalló ante una realidad contundente. El capitán de la canoa, guía y supuesto gaucho correntino repentinamente, interrumpió el discurso sobre las aguadas ante una llamada. Detuvo la marcha para responder en su iPhone.

Gauchos eran los de antes. Internet nos dejó sin gauchos. Los de ahora ya son gauchos.com y Dios nos libre de esos algorritmos.



ALEJANDRO BOVINO MACIEL

BUENOS AIRES, ENERO 2024

www.alejandrobovinomaciel.webador.es




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