viernes, 13 de marzo de 2009

POLISAPO EN BABELIA 2008

Nota aparecida e "Babelia" Suplemento Literario del Diario "El País" de España, el 29/5/2008

Polisapo
Augusto Roa Bastos y Alejandro Maciel
Ilustraciones de Claudia Ranucci
Ediciones del Laberinto. Madrid, 2008
62 páginas. 7,90 euros


Del más importante autor paraguayo y premio Cervantes en el año 1989, Augusto Roa Bastos (1917-2005), Polisapo es un divertidísimo cuento, para lectores de ocho años en adelante, protagonizado por un sapo empeñado en ser policía. Sin embargo, Polisapo se encontrará una y otra vez con el rechazo de la Escuela de Policía: que si es bajo, que si es gordo, que si no corre ni salta lo suficiente... Pero él no ceja en su empeño: hace dietas para adelgazar, se entrena como un atleta, lo que sea con tal de "dar la talla". Pero, finalmente, le rechazan porque es verde. Y ahí Polisapo se hunde.
¿Cómo se puede cambiar el color de la piel? Desesperado, pero firme en su vocación, Polisapo decide recurrir a la magia de su amiga la bruja Canidia, que se inventa una poción que acabará con todos los problemas. Se trata de un exótico cuento de animales, narrado con la gracia y locuacidad de la narrativa oral, que no oculta su intención crítica contra los prejuicios y la discriminación. Estupendo.

LA MEDIDA DEL OTOÑO





LA MADRIGUERA DE LA OSCURIDAD___________________________________






Como entonces, sonó la campana. Al atravesar el patio de tu casa me dolió la mirada de esos hombres de Barrios, como sintiendo vergüenza ante la muerte pero sin abandonarte con esos ojos gachos de no llorar, aquí únicamente las mujeres podemos llorar, Lucía. Yo lloré por ellos, lloré bajo, sin dejar que el grito que me atoraba llegase hasta la garganta; no, hice fuerzas para mantener quieto el estanque donde me miro adentro todas las noches. Otra vez atardecía, el cielo desgarrado de rojos se iba tras el sol que reverberaba entre la gramilla marrón; allá vi tu ataúd tan poca cosa, unas tablas apenitas cortadas a serrucho, ásperas y pálidas. Los ojos de los clavos asomando, las puntillas que habrá puesto tu mamá para que tu cuerpo descansase en ese relicario pobre de difuntos de un pueblo muerto entre los arenales. Cuando llegó el cura Aurelio tu mamá te estaba alisando el pelo, no hay forma de olvidarlo, quiero pensar en otra cosa pero me viene a la cabeza esa imagen de acariciar la muerte: "Huye, espíritu inmundo y sea honrado el nombre de Dios todopoderoso" murmuraba con el libro oscuro de oraciones en la mano. La luz parecía alumbrar desde abajo, a esa hora en la que cae el sol, por eso cuesta ver la verdad en esa lumbre sucia, gobernada por la maldad.
-¿Adónde va Ilse, padre? ¿Adónde van las almas ahorita, cuando se desprenden del cuerpo?
-Si se mató, a ningún sitio, Remigia. A una nada que nunca termina. A la oscuridad. Nadie puede disponer su vida, solamente Dios. Eso no tiene perdón, es pecado mortal.
-Pero, ¿y si estaba atormentada?
-Más largo será el tormento desde ahora.
-Ella no hizo mal a nadie.
-Se hizo parte del mal.
-Mírele los ojos, padre. Parece que todavía llora. Parece que se arrepiente.
-Tarde. No hay nada que hacer ahora.
-¿Rezar, padre? ¿Rezarle a Dios?
-Rezá por vos, hija. Por los que quedamos vivos frente a la tentación.
La poca luz, acostada en la lejanía de un cielo inmenso, se ahoga en ese abismo, el corazón me latía fuerte, se sacudía como queriéndose lastimar, como pidiendo compasión por la miseria de un Dios que solamente habla para condenar a sus criaturas. La luz, rasando la tierra oscura, pasa de largo y aquí, en este pueblo quieto, quedan las sombras.
Y entonces baja un viento sereno, mudo, las ramas se sacuden en el paraíso y todo se llena de presagios.


Hasta que amanece.






Alejandro Maciel 2009


De "La medida del otoño" (Secuencia narrativa)




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Escrito en Caa Catí allá en una primavera por el año 1982/84 cuando viví en ese pueblo 3 meses, en el hospital, haciendo la pasantía rural que exigía en internado rotatorio de la carrera de Medicina de la UNNE.