No puedo predecir si el gran salto cualitativo que produjo Internet en la vida humana será bueno o nocivo. Quizás, como todas las cosas, tenga las dos caras de Jano: ventajas y problemas. Hasta el siglo XX la cultura era predominantemente literaria: la gente compraba y leía diarios, revistas, cómics, libros. Se estudiaban carreras con gruesos libracos (recuerdo en Medicina los tres gruesos volúmenes de Anatomía Humana de Rouvière que nos esperaban en el primer año) y todo era en base a la lectoescritura.
Cuando alboreaba el ansiado año 2000 irrumpió Internet en forma masiva y ya nada volvió a ser igual. La cultura se globalizó y se mediatizó. Todo se hizo vertiginoso, al ritmo agitado de un video-clip. El teléfono inteligente nos fue encerrando en una especie de solipsismo en el que creemos estar comunicados cuando solamente reproducimos gestos en fotos que compulsivamente creemos que necesitamos exponer para documentar nuestras vidas vacías. La forma de comunicación predominantemente literaria cambió porque asumió el formato audiovisual. La gente empezó a ver “otra vida” en videos, en las redes sociales, en Youtube, en Facebook e Instagram. Una amiga me dijo que, a fin de cuentas, el ser humano volvió a la normalidad ya que nuestra comunicación cotidiana se hace por medio de conversaciones donde vemos a quien hablamos y le escuchamos respondernos. Que la lectura era la desviación, ya que la vida humana no transcurre entre las 22 letras del alfabeto.
La escritura se inventó hace más de tres mil años. Todo el conocimiento humano se fue convirtiendo en memoria porque los escritos fijan datos y procedimientos (así se hace esto, así se hace lo otro) que veinte años después alguien puede consultar y enterarse del contenido. La cultura formó una cadena en la que cada eslabón era un texto que se consideraba útil para desarrollar el pensamiento, en todas las áreas del saber humano. Las matemáticas sobrevivieron en los libros, la biología se desarrolló en laboratorios y bibliotecas, la Historia se cosechó archivando documentos del pasado, la literatura guardó las obras que nos advierten sobre nuestras conductas y nos instan a ser mejores que nosotros mismos, la filosofía yacía en pergaminos hasta que el Renacimiento los fue exhumando para reiniciar el pensamiento humanos hasta sus últimas consecuencias.
Todo esto entró a tambalear con el Tercer Milenio. El mayor impacto lo sufrió el sistema educativo. Las pruebas Pisa que evalúan los conocimientos educativos cada vez resultan más alarmantemente frustrantes. Los rendimientos básicos (evalúan lenguaje, ciencias básicas y matemáticas) resultan deprimentes. Lo mismo sucede con los exámenes de ingreso de las universidades nacionales (como la de La Plata) que únicamente deberían ser un repaso del ciclo secundario, pero muy pocos los superan. Y cuando publican las preguntas, uno quiere tomarse la cabeza con las manos. Son preguntas sumamente básicas. Aun así, solo el 30 % supera el mínimo requerido.
Ignoro si la humanidad entró en “otra fase” y el sistema educativo quedó decididamente obsoleto, como aseguran algunos especialistas. Ignoro si todo esto tendrá consecuencias o no en el futuro desempeño laboral y social de estos milennials que repudian conocer una regla de tres simple o la diferencia entre “valla” y “vaya” y en los mensajes los usan indistintamente en frases como “quiero que vallas a la plaza” y, aunque el corrector les avisa que está mal escrito, le dan el clic al envío porque la vida se ha vuelto urgente, nada puede esperar.
Lo grave es que los espera un trabajo para ganarse la vida el día de mañana; por ahora, reparten comidas en bicicleta y se preguntan por qué la vida es tan dura.
ALEJANDRO BOVINO MACIEL
BUENOS AIRES, DIC 2023
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