jueves, 1 de febrero de 2007

LA SEMANA DEL INICIO (EL BIG BAN DE JEHOVA)


A esta edad se hace fácil resignarse. El tiempo ya enseñó muchas cosas que ni siquiera la sucesión intangible de minutos, días, meses y años logra llevar al olvido, que para los griegos (¡¿Qué no inventaron ya los griegos?!) era un río -Leteo- cuyo cauce separaba la vida de la muerte, que era olvido.
Aunque mi peregrinaje me condujera sin quererlo a las áridas estepas de la duda, nunca dejé de escuchar las voces de las revelaciones sagradas con el aire de respeto y veneración que merecen todas las ceremonias humanas que se destinan a la perpetuidad.
He tratado de crear un grifo, tritón o quimera uniendo y amputando ideas forasteras como esas formas fantasmales que la imaginación de los pueblos convirtió en leyenda o mito. En filosofía este desatino se llama eclecticismo; en religión, sincretismo; en el mundo de las empresas, cretinismo. El profeta Manés fundador y primer sacristán del maniqueísmo intentó la empresa de reunir en un solo cuerpo distintas doctrinas en el segundo siglo de la Era Común, en Persia. Las enseñanzas que dejó subsisten no como este intento mío que está muerto antes de empezar.
En un diálogo “La peña” el escritor Césare Pavese (que fue incrédulo, cristiano, agnóstico y católico ferviente, en ese orden) hace decir a su Prometeo: “cuando los mortales ya no tengan miedo, los dioses desaparecerán”[1]. Confutar este juicio a riesgo de probarlo parece haber sido la historia del pueblo Judío. Otros pueblos han creado estados, políticas y sólo después dioses para sostenerlos. El caudillo Moisés vio antes la zarza ardiendo, subió al Sinaí, recibió las terribles Tablas y cuando tuvo en sus manos la Ley divisó la tierra conflictiva que hasta hoy los habitantes se dividen con la sangre.
Opongo al Prometeo de Pavese el Job del Testamento que vence el temor a la muerte para creer sin condiciones[2]. Sin castigos ni premios, que dejó como armas a la puericultura, Job el idumeo trató de descubrir a Dios apartando los templos y edificios sagrados que erigimos en su honor a través de los siglos. Así, consiguieron arrebatarle parte de Su misterio Parménides de Elea, Epicuro, Agustín de Hipona, Anselmo, Plotino, el príncipe Gautama, el imán Ya’far al-sadiq, Baruch Spinoza. Y otros. Y otras.
La historia es la memoria de nuestros errores. La historia sagrada, la de nuestros terrores.
Hay una historia que ronda llenando de sospechas atrios y cimborios; dice que en otros tiempos a un pueblo, por medio de una casta de elegidos se le había revelado un dios.
¿Quién eligió a los elegidos?
El pueblo.
No se tarde en comprender que ese pueblo y ese dios son la misma cosa.
Otra versión más estremecedora de esta teofanía sugiere que primero fueron los elegidos, después los elegidos usando la indómita materia de la justicia hicieron un dios que sojuzgó a todos por igual.
Los elegidos han desaparecido, roídos por los siglos.
El dios no.



_______________________
LA SEMANA DEL INICIO DEL MUNDO: EL BIG-BAN, SEGÚN YAHVEH. Para Occidente la Biblia es el arquetipo de “libro”. Su título proviene del topónimo Biblos, antiguo puerto fenicio dedicado al activo comercio de papiros. De Biblos venían los biblos (textos, libros). Cualquier volumen que tengamos entre las manos (éste que está leyendo..) necesariamente será su descendiente. No sabemos la historia de los manuscritos pero sí estamos seguros que el primer libro impreso (la edición princeps) que publicó el taller de Juan Gensfleish Gutemberg de Maguncia es la Biblia, aparecida en 1448.[3] La Biblia es el best seller número uno de nuestra civilización. Sus ideas y conceptos han sido los modelos más vigentes y la autoridad de referencia a la hora de conformar la sociedad desde la Antigüedad hasta nuestros días. Su debate con los diálogos de Platón y el “Organon” aristotélico (ya lo adelantó lúcidamente J. L. Borges) ha sido el cimiento sobre el que se construyó Occidente como idea. La Biblia confrontó sucesivamente con la lógica, la filosofía y la ciencia. Cuando esta prestigiosa entente ha sido citada a declarar ante el tribunal del tiempo, la Biblia fue su principal testigo. Primero la Ilustración y después su hijo dilecto, el Positivismo se aliaron para desterrar sus mitos y ritos de la profundidad de las conciencias, pero pasaron las olas de las ideas y los mitos persisten. Cuando la técnica asombró nuestros corazones el átomo invisible pareció haber desalojado el sentimiento religioso; y sin embargo, éste renació con más fuerza en las sectas, capillas, doctrinas y cofradías que se multiplican en nuestros días predicando las mismas palabras que hace más de dos mil años escucharon y escribieron Moisés, Salomón, David, Mateo, Pablo de Tarso y Juan.
La Biblia tiene sesenta y seis libros para los protestantes, setenta y tres para el canon católico[4]. El índice es obra humana reconocida. El texto, aseguran que es idea de Dios escrita por amanuenses judíos. Pero esta relación entre escrito y escritor debe vivirla cada cual íntimamente; por eso, un judío practicante y piadoso tiene el deber de copiar el Pentateuco (cinco primeros libros, también llamados “La Torá” o Ley) al menos una vez en la vida para meditar pacientemente su historia sagrada. A través de los siglos, los ojos humanos escrutaron el argumento de la Biblia tratando de develar misterios por parte de los creyentes, y trapacerías por parte de los escépticos. Unos y otros no fueron defraudados; como toda escritura poética, la Biblia es una gema preciosa que en cada faceta ofrece un brillo distinto según esté más cerca de la cima o la guirnalda. El nacimiento de Cristo, personaje central del argumento del Nuevo Testamento separó en dos el viejo monoteísmo del Antiguo Testamento. La inspiración del Profeta, en el siglo VII completó la trinidad de ideas con el Islam, que significa obediencia. Judaísmo, Cristianismo e Islam dicen originarse en Abraham no obstante la guerra sin treguas que se declararon desde que nacieron y que sólo se explica por las relaciones consanguíneas: nadie, que yo sepa, combate con igual énfasis al sintoísmo, los parsis, el vudú o al candomblé.
Bocaccio cuenta que un padre antes de morir entregó a cada uno de sus tres hijos un anillo que venía de sus ancestros, advirtiéndole que aunque las alianzas se parecían como las ovejas en la llanura, sólo una era la auténtica. El padre murió. Los anillos son el Judaísmo, el Cristianismo y el Islam. Todos creen tener la verdadera sortija. Todos desconfían de sus hermanos. El muerto se llevó la verdad.
Sospechado impostor para la tradición rabínica que custodia la Torá, el Cristo fecundó con su muerte un nuevo pacto entre la criatura humana y su Creador. Nunca enseñó la anatomía de Dios en las vagas biografías que nos cuentan sus hechos y dichos; ni siquiera en los escritos gnósticos de su época figuran las Tres Personas que son Una, pero de su colegio egresaron la promesa de vida después de la muerte, el Espíritu Santo, la tenebrosa Gehenna que arde sin fin impugnando los tres principios de la termodinámica, el parto de una Virgen, y la resurrección de huesos y carne. Nunca antes, desde el Génesis al último versículo de Malaquías se habían anunciado tantos prodigios. Doce judíos rústicos[5] formaron el primer colegio de cardenales destinado a evangelizar a los gentiles. Algunos de ellos fueron simples pescadores sin mayor instrucción ya que la fe requiere inocencia y el saber la malogra casi siempre: doy fe. De este reclutamiento nació el Cristianismo bajo el gobierno legendario de Pedro a quien el Cristo cambió de nombre para entregarle la potestad sobre los cielos y la tierra antes de pasar por el suplicio y morir. En el siglo VII de la Era Común en una cueva del monte Hira el arcángel Gabriel le comunicó la Torá, el Talmud y las enseñanzas del Cristo a un buhonero árabe de La Meca del clan de los Hashim, llamado Mahoma. Con estas visiones y dictados el Profeta dictó el Corán en versos; pero tres diosas insidiosas confundieron los sueños dando origen a los Versos Satánicos que después hubo que expurgar antes de su publicación definitiva no sin antes haber producido una runfla de apóstatas.
El Profeta empezó su prédica en La Meca pero la mala fe y la díscola índole de su rebaño encolerizado por la censura de los versículos heréticos lo obligó a huir a Medina en el año 622 (Héjira) dando inicio al calendario musulmán.
Cuando el Cristianismo hubo madurado lo suficiente para abrir sucursales, en el año 1054 cierta preferencia culinaria por la levadura terminó de separar la Iglesia Ortodoxa del Catolicismo romano en lo que se llamó el primer cisma. La cocina vaticana, recordando sus orígenes judíos en la Pascua prescribía el uso de hostias de pan ázimo. El Patriarca de Constantinopla, Miguel Cerulario, prefería la masa fermentada con levadura. El Papa envió como legado pontificio a Humberto de Moyemuntier para publicar frente al altar mayor de la basílica de Santa Sofía una bula de excomunión al Patriarca Cerulario por negarse a cambiar la receta. El debate nutricional escondía nada más ni nada menos que el primado del obispo de Roma (el Papa) sobre cada obispo, patriarca o exarca. Al desacatar la orden, Miguel Cerulario se colocaba en un mismo nivel de poder, algo que la Iglesia no podía ni debía admitir si quería conservar la cabeza en su sitio. El Patriarca respondió excomulgando a Moyemuntier, a su secretario y a todos los dignatarios de la curia quienes apresuraron el regreso a Roma antes que Cerulario excomulgara al Papa[6].
En el año 1518 el monje agustino alemán Martín Lutero leyó por última vez como católico el versículo 17 de la Epístola a los Romanos en su celda de la torre del convento de Wittemberg. Al amanecer, ya se había iniciado en su entendimiento la Reforma protestante y desde entonces, la Biblia será la única autoridad infalible, la única guía, el único pastor y el único sacramento del nuevo credo brotado del Cristianismo.
El Judaísmo se reservó los treinta y nueve textos del Antiguo Testamento que narran y legislan la berit (alianza) confirmada entre el caldeo Abraham[7] (hijo de Téraj) y Yahveh quien le promete la tierra de Canaán. Este registro conocido como canon[8] palestino de Yabne está íntegramente escrito en lengua hebrea; la tradición rabínica de los judíos de Palestina veló por su legitimidad después de la invasión romana a Jerusalén, la destrucción del templo y la deportación masiva del año 70 d. de C. bajo las tropas del general Tito Flavio Vespasiano[9]. Los copistas reescribieron punto por punto los rollos a través de los siglos como muestra de celo y fervor. Que miles de creyentes deban aprender a leer primero y escribir después como forma de voto religioso es un prodigio que sólo el pueblo Judío se asignó en la Historia. Todas las castas sacerdotales y gobernantes cruzando el tiempo y el espacio han sentido recelo frente a la provisión de armas intelectuales a la plebe. Únicamente los judíos vieron este suministro como una forma de diálogo entre Dios y cada uno de los individuos, sean nobles, comerciantes, pastores o agricultores. El resultado está a la vista, basta repasar la nómina de escritores, científicos y personajes destacados para rastrear las huellas de Abraham en nuestra civilización.
A pesar de su unidad, la Biblia del Judaísmo es una, la del Catolicismo es otra y la Biblia que utilizan casi todas las confesiones protestantes, es decir, el cristianismo no-católico es una tercera versión. Entre ellas varían el orden de los libros, capítulos agregados y hasta textos íntegros que la tradición ortodoxa judía no admite. Una colección tan complicada como es la Biblia, no se puede editar fácilmente. En la antigüedad existían dos escuelas rabínicas: la palestina ortodoxa, y la de la diáspora centrada especialmente en Alejandría. Del archivo palestino provienen los treinta y nueve textos escritos en idioma hebreo o arameo que pasaron a ser conocidos como Protocanónicos: nadie les discute autenticidad. Otra antología proveniente de la diáspora judía y admite textos escritos en griego, suman cánticos, capítulos y hasta libros independientes que figuran como autorizados en las ediciones católicas pero nunca podrá leerlos en Biblias judías o protestantes. Son los siete libros Deuterocanónicos y textos agregados: Tobit, Judit, Libro de la Sabiduría, Eclesiástico o Ben Sirá, Baruc (incluyendo la carta de Jeremías), I y II de los Macabeos y agregados a Ester y Daniel. Al no hallarse originales en hebreo o arameo, estos escritos no fueron reconocidos como sagrados o inspirados por Yahveh para la jerarquía rabínica que optó por expulsarlos del paraíso de las sinagogas por considerarlos espurios. Tampoco esa división “Antiguo Testamento/Nuevo Testamento” figura en el catálogo sagrado; proviene de la primitiva Alianza de Dios con Abraham escogiendo al Pueblo Judío y de Cristo escogiendo el Mundo de donde viene la palabra “católico” es decir, universal, no limitado a un país, pueblo o territorio.
¿Dios dictó? ¿Dios inspiró? ¿Una casta levítica recopiló antiguas sagas de la tradición oral como hizo Homero con La Ilíada y la Odisea?
Ya casi nadie está dispuesto o dispuesta (hay excelentes investigadoras bíblicas) a creer que Yahveh, siempre tan parco en el mismo relato, haya tenido la paciencia de dictar letra a letra esta biblioteca. Por otra parte, Dios es perfecto por definición y la antología bíblica tiene defectos de forma y datos contradictorios propios de la labor humana. ¿Dios inspiró? Descifrar el sentido exacto de la palabra “inspirar” llevaría al menos diez sesiones plenarias de los académicos del Círculo de Viena con voz y voto a favor de los filósofos del lenguaje y los analistas lógicos. Seguramente tendríamos al menos dos conclusiones y seguiríamos en la duda. Es más coherente pensar que cientos de recopiladores y copistas fueron organizando un material diverso que se trasmitía oralmente de generación en generación hasta que se conformó un cuerpo de textos con cierta coherencia argumental y fuerte énfasis espiritual que es lo que buscaban a fin de cuentas los clérigos de la tribu de Leví. La vieja tendencia que adjudicaba la autoría del Pentateuco a Moisés ha caído en desuso. En el último libro de la Torá el mismo Moisés cuenta su muerte, lo que es absurdo si nos atenemos a los hechos. Dios puede hacer milagros pero nada impide creer que un tercero recogió el relato de las exequias sin necesidad de que el mismo finado haya tenido que levantarse a escribirlo para mantener los derechos de autor. La confusión puede ser filológica. De lo que se llamaban “libros de Moisés” bien podían referirse a los libros que trataban sobre hechos y dichos de Moisés, no de su autoría intelectual. Siguiendo dentro del Pentateuco tenemos dos relatos de la creación, dos del diluvio, dos de las plagas de Egipto lo que sugeriría que, o debemos reconocer la existencia de dos Moisés o el líder padecía de doble personalidad.
Los estudiosos actuales acuerdan que varias fuentes documentales se fueron recopilando a partir de escritos fragmentarios y tradiciones orales propias de pueblos que vivían en desiertos o estepas áridas y por las tardes se reunían a escuchar los viejos relatos que los explicaban como unidad a través del tiempo en un espacio hostil. Los exegetas rastrean al menos 4 fuentes cada una signada por la letra inicial: J (Jahvista, sus documentos llaman “Yahveh” al Señor de Israel); E (Eloísta, los relatos llaman Eloím al furibundo Señor que comanda un pueblo a través del desierto); P (de “priest”, Sacerdotal, con una línea que insiste en los rituales y preces); D Deuteronómica, prácticamente es la base del mencionado texto, que al mismo tiempo inicia el registro histórico de Israel, que continúa en Josué, Jueces, Samuel I y II, Reyes I y II que abarcan la memoria del pueblo judío desde Moisés y el exilio de Egipto hasta el exilio y deportación en Babilonia bajo el reinado de Nabucodonosor, entre el 586 al 538 a. de C. Fue durante esa primera diáspora cuando la Biblia fija su primer canon. Se publica la primera edición de los textos definitivos de lo que hoy llamamos Pentateuco o Torá. Recién después de la destrucción del Templo de Jerusalén por obra de las huestes de Tito[10], en el 70 d. de C. los rabinos vieron la necesidad de unificar los sagrados textos en un solo cuerpo y para ello admitieron únicamente los escritos en hebreo cerrando definitivamente el índice en el primer siglo de nuestra Era Común. Cuando los primeros Padres de la Iglesia Católica se vieron en la necesidad de reunir nuevamente los textos dispersos partieron de la tradición alejandrina.
Los Setenta doctores de la Iglesia Católica simplificaron el catálogo judío agrupando los textos según el tiempo al que se referían. Los que narraban el pasado pasaron a ser los Libros Históricos, los que se mantenían en un presente indefinido se agruparon bajo el rótulo de Libros Poéticos, y los que vaticinaban el porvenir, Libros Proféticos. No vieron objeciones para admitir los libros en griego: Dios bien podía hablar todas las lenguas de la Tierra sin que ello fuese un menoscabo de Su gloria. Entraron así los deuterocanónicos en el listado. La traducción llamada septuaginta o de los Setenta (ya que se asignaron setenta doctores de la academia apostólica para tan delicada tarea) amplía la bibliografía sagrada. En 1896 la historia humana viciada de accidentes confirmó la sospecha de los setenta cuando se exhumaron manuscritos del Eclesiástico (Ben Sirá) en idioma hebreo y datados como del año 190 a. de C. El original hebreo de Tobías apareció en Qumrán. La fe y la paciencia de la casta de Leví preservó, recogió, copió y defendió este conjunto de códices que contenían la palabra del primer Dios único que reveló al hombre su propia historia a través de una larga parábola en la historia de Israel. El Ser indivisible, único, eterno, omnipotente, incorporal que todas las razas tenían por verdadero en el fondo de sus sueños, habló y dejó escrito su fundamento creador y el más perfecto instrumento de su destrucción. Mucha controversia envuelve las fechas bíblicas. Por ejemplo, el éxodo judío de Egipto ha sido estimado en el mes de Aviv (primavera) del año 1.230 a. de C. cuando gobernaba el faraón Merneptah, sucesor de Ramsés IIº fallecido en el año 1.235 a. de C. Otros estudiosos lo atrasan 100 o 200 años exponiendo como pruebas jeroglíficos muy decorativos pero también muy confusos.
El Libro del Éxodo no se ocupa de las fechas. Los jeroglíficos de Egipto nos dicen de un modo incompleto el tiempo y el espacio porque la escritura jeroglífica es esencialmente ideográfica. La gramática semítica dio un paso más adelante pero seguía siendo incompleta ya que las vocales que nos son tan familiares, no se escribían y requerían la experiencia profesional para rellenar los huecos. Tampoco existen en el hebreo primitivo signos de puntuación, acentos, aclaraciones; pero lo que faltó a la escritura lo proveyó la tradición masoreta que fue escoliando los textos sagrados, agregándole citas, referencias, símbolos casi musicales para acentuar aquí, retardar allá, enfatizar más adelante un párrafo prestándole cadencia a una lectura que de otro modo caería en el vicio de la monotonía. “Adornar el lenguaje es vestir el espíritu” decían los imperturbables masoretas y su hábito encarnó en los escoliastas medievales que ornaban páginas con letras suntuosas para encabezar cada frase dictada por Dios. No se preguntaban, o nunca sabremos si las indagaciones herían sus conciencias maquinales copiando dictámenes sagrados, qué cosa es el lenguaje que usaban para transmitir a la posteridad la revelación. ¿Qué es el lenguaje? No sé si la escolástica tendrá una definición acabada en el sistema de Santo Tomás que abarca diez tomos. En el “Diario (1914-1916) del filósofo alemán Ludwig Wittgenstein quien fue profeta de los analistas lógicos del lenguaje, figura esta anotación del 14 de mayo del año 1915: “El lenguaje es una parte de nuestro organismo y no menos complicado que éste”.
Desde siempre se ha querido vincular el lenguaje con una función fisiológica. Si se conseguía demostrar que alguna raíz anatómica o fisiológica yacía en la construcción de todo idioma, éste pasaba de ser una edificación cultural a un inevitable reflejo biológico, como la síntesis de hormonas o la digestión del gluten. Recuerdo como en las turbideces de la distancia cuando un camarada de la universidad me aseguraba que la onomatopeya es la clave íntima de las raíces filológicas. Como yo me quedara atónito frente a sus categóricas aseveraciones que arrasaban con siglos de investigaciones e indagaciones filosóficas, me arrostraba la prueba de sus afirmaciones alegando que en todas las lenguas conocidas para negar se usa la “N” (no, not, niente..[11]) que proviene en línea directa del gruñido de las bestias cuya onomatopeya incluye invariablemente la “N”. La prueba de mi colega, aunque sugestiva, me parece insuficiente porque también afirmamos con la misma frecuencia y esta palabra no peca invariablemente de tautología políglota.
Es sabido que a lo largo y ancho de su breve vida Wittgenstein trató de formalizar una crítica del lenguaje que lo desnudara de la esclavitud de ambigüedades a través de cierto rigor lógico que él aprendió de las matemáticas. Si al hablar pudiésemos evitar la polisemia, las indeterminaciones sintáctico-gramaticales y la vaguedad propia de la combinación de las palabras, ya estaríamos aproximándonos a un ideal de comunicación tan precisa como un instrumento científico. En diciembre de 1929 Wittgenstein conversó con Moritz Schlik[12] y este encuentro puso la piedra fundamental de una entidad invisible: el “Círculo de Viena para la concepción científica del mundo”. La cofradía tuvo insignes pensadores: Rudolf Carnap, Otto Neurath, Hebert Feigl, Friederich Waissman, Hans Reichembach, Carl Hempel, Alfred Tarski, W.V. Quine, Alfred Ayer, Charles Morris y el mismo Schlik como fundador. Su programa, inspirado en el empirismo y la filosofía del lenguaje buscaba expulsar del templo del lenguaje a la mercadería metafísica y en consecuencia, a sus abaceros filosóficos. En esa solemne visita Wittgenstein dijo: “si me doy la vuelta, desaparece la estufa que estoy mirando”. Olvidemos el detalle del calefactor, podría ser canjeado por la pared, el perro o la cama. “Ser, es ser percibido” había escrito el obispo Berkeley. ¿Esto significa que cuando dejo de observar mi teclado, éste se diluye en la nada? ¿Y por qué razón cuando regreso al día siguiente lo encuentro tan parecido a sí mismo y constante como siempre?
Sería ingenuo creer que gente tan inteligente como el Obispo afirmara cosas tan absurdas. Otra interpretación nos sugiere que la percepción es lo único real, que tal como se dan las cosas, únicamente podemos ser fieles testigos de lo que tenemos presente en el momento y que, aunque las cosas permanezcan en su sitio cuando nosotros las abandonemos, están en un estado de latencia, no existen si no es en la mente de alguien. Como la turba ignorante le objetara la existencia del Mundo (a quien nadie observa en su inmensidad) el Obispo alegó “Dios lo ve”. Y cerró el camino a cualquier indagación o refutación porque es sabido que Dios cierra todas las vías de la investigación humana, por eso la Iglesia persiguió con tanto entusiasmo a la ciencia cuando estaba en pañales. Sigamos escuchando, a través del fisgón Waismann (o Waissman como figura en otros textos) a Wittgenstein: “si digo ‘arriba, en el arcón, hay un libro’, ¿cómo me las ingeniaré para comprobar esta proposición? ¿Me bastará con subir y verlo? ¿O con tomarlo entre las manos, hojearlo, leerlo? Aquí hay dos puntos de vista. El primero dice: . El segundo punto de vista, del que soy partidario, dice: .
Para poder establecer el sentido de una proposición, nos dice Wittgenstein, ésta debería tener una experiencia (determinabilidad por medio de los sentidos) muy definida si quiero que la proposición pase por comprobada. El lenguaje corriente vacila mucho más que el lenguaje científico. Reina en esto cierta libertad que no se debe a otra cosa sino a que los símbolos de nuestro lenguaje no han sido definidos inequívocamente. Las palabras fluctúan entre diversos significados, y por eso no se sabe cuándo se ha comprobado completamente una proposición. Si de una vez por todas determináramos el significado, habríamos logrado un criterio seguro sobre la verdad de una aserción”.[13]
Hemos de admitir que el lenguaje es (entro otras definiciones) un sistema de símbolos. Entre las culturas primitivas, la diferencia entre las cosas y sus nombres es prácticamente ficticia. Decir “rayo” es el rayo, para conjurarlo o pedirle protección; para los druidas nombrar la “encina” era el árbol sagrado, su ánima prodigiosa, su poder santo y su liturgia: esta misma ligazón sacramental es la misma que hoy, cuando una soprano invoca a la diosa lunar en la “Casta diva” de la ópera Norma, de Bellini, vuelve a revelar el misterio de convertir “queste sacre antiche piante[14]” en la pura realidad de lo sagrado. El salto prodigioso está aquí en la partitura de Bellini, siempre vecina de lo celestial.
El pensamiento mágico sigue funcionando en lo hondo de la gente más civilizada. Recuerdo a una amiga académica que me prohibía pronunciar la palabra “yeta” porque, decía, trae mala suerte. Otras personas nunca pronuncian palabras vinculadas a cementerios o féretros. Los indígenas de las tribus amazónicas jamás revelan sus nombres para evitar ser esclavizados por un maleficio, en su lugar hacen como los hampones que utilizan nombres postizos, alias y otros ardides. Como Wittgenstein piensan que “el nombre es la cosa” y quien lo posee, puede manipular a voluntad al portador. No vayamos tan lejos, recordemos que cuando Moisés pregunta el nombre a Dios recibe la enigmática respuesta “Soy el que Soy” en medio de una zarza ardiente. ¿Nos remitirá a la Ontología este Señor? Dios no dice su nombre pero usa el lenguaje que inventó el rebaño humano. Y de nuevo, la pregunta: ¿Qué es el lenguaje? ¿Qué es la escritura?
Si intentáramos reconstruir la filogenia (no os ahuyente la palabra, sólo reclama retroceder por las ramas del árbol genealógico de los organismos vivos) de una lengua cualquiera que cuente con escritura nos hallaremos ante la etapa inicial o punto cero con la escritura pictográfica. Una montaña se nombrará dibujando un triángulo, la palabra “bosque” será un conjunto de árboles o un árbol y debajo varias líneas que significa “muchos”, según la codificación. El verano se representará por medio de un gran sol; el invierno, usando uno pequeño. Este recurso, aunque es natural (ya que los signos reproducen la imagen visual natural del objeto) complica el problema de la escritura, en lugar de resolverlo. En primer lugar, el número de signos a utilizar es virtualmente infinito ya que cada cosa debe tener su propio gráfico. Con tantos signos es casi imposible compartir la convención de entender qué expresa cada uno. En segundo lugar, se cae en el riesgo de la polisemia: círculo podría significar sol, luna llena, rueda, disco, torta, moneda, círculo. En tercer lugar, la comunicación será predominantemente visual, ya que el método lo es. Los sonidos quedan fuera de la representatividad gráfica, no sería posible enunciar “trueno” que es invisible; estamos limitados a mencionar el rayo que tiene una figura visible. La palabra “música” sería imposible escribir. La cuarta objeción es, para mí, mucho más grave: cualquier clasificación sería utópica. El sistema solamente permitiría escribir un árbol, tres árboles, un bosque pero no “vegetal”, “criptógamas”. La escritura jeroglífica fue usada por los hititas, los cretenses, los mayas y los egipcios.
Para terminar, los criptogramas no servirían para fijar la dinámica del lenguaje que intentan expresar, se diluyen los nexos gramaticales, se esfuma la expresión; si quisiésemos escribir “María, la profetisa, tomó en sus manos el adufe y todas las demás mujeres la siguieron formando coros de danza” (Éxodo XV: 20) tendríamos que dibujar una mujer, más algo que exprese su función (sacerdotisa), su nombre propio (María) quedaría vacante; un pandero, y un grupo de mujeres danzando detrás de ella. La lectura de esta línea podría depender del intérprete y jamás sería unívoca ya que su parentesco con la lengua es reducido. Ahora supongamos que nuestro escriba, usando exclusivamente pictogramas, deba redactar esta frase simple: “vivió en el desierto”. De nada serviría cualquier esfuerzo para graficar una acción en tiempo pasado (vivió) y una topografía que tiene más carencias que existencias. ¿Cómo representar la inmensidad desesperante, la secura, el calor, el ondulado oleaje de arena criminal?
En la segunda etapa en la filogenia literaria aparecen los ideogramas. Si los pictogramas (una casa es el dibujo de una casa, una mujer es el dibujo de una mujer) representaban exclusivamente objetos físicos, los ideogramas representan una acción o idea más compleja. Leamos esta fórmula:
M Є { A – Z }
Se lee “el término “M” pertenece al Conjunto A a Z (abecedario). De manera que tenemos un ideograma Є que significa “pertenece a” y otros (llaves) que traducen la noción de conjunto. Las operaciones algebraicas están ahítas de ideogramas. En la calle una E roja tachada significa “No se puede estacionar”. La inclusión de ideogramas, que usaron tanto los mayas como los egipcios, dio un paso más adelante para la expresión de ideas y acciones pero sigue el asueto de ideas: si cada acción, pasión tiempo requiriese de un signo específico ya se presiente que la sucesión es virtualmente infinita. Por ejemplo, la escritura china tiene más de treinta mil ideogramas; si me llevó dos años aprender las veintidós letras del alfabeto, debería estar en el ciclo inicial unos veintisiete años para memorizar un tercio del paciente abecedario o ideogramario chino. Con un tumor usurpando un cuarto del cerebro, eso sería imposible. De faltar un ideograma específico para, por ejemplo, “nieve” (que para la gente del Paraguay o el Litoral argentino es algo que nunca vivieron, algo parecido a los ángeles o los centauros) éste deberá ser reemplazado por ideogramas que prediquen la idea de lo frío, sólido, acuosidad, blancura, meteorología.
El siguiente paso provino de varias observaciones. Primero, que podrían casarse las palabras que comparten derivados: vivió, vive, vivirá tienen en común la partícula “viv” que se repite en todas, este prefijo suena de la misma manera en cada nueva palabra y al buscar un fonograma (un símbolo que fuere a la vez sonoro y visual) se habrá llegado a la puerta de la solución del problema comunicativo. Desde ahora cada signo tendrá su correspondencia fonética en el habla. La escritura silábica de los fonogramas fue el tercer paso en la filogenia del lenguaje. Cada estela cuneiforme estaba tachonada de caracteres de forma geométrica. Cada uno representaba una sílaba formada pro una consonante y una vocal, o una vocal aislada. Si intentásemos escribir de nuevo la frase problemática “vivió en el desierto” nos encontramos de nuevo con un sueño imposible. Como no tenemos diptongos y la palabra desierto lo tiene, tendríamos que separarla arbitrariamente en: de-si-er-to pero ni aún así conseguiríamos escribirla: los fonogramas representaban una consonante seguida de vocal o una vocal suelta y en “er” tenemos una vocal seguida de consonante que no existe en este tipo de registros.
Tal vez revisando esta pequeña historia revisemos al mismo tiempo en lo hondo de nuestros razonamientos y la infinita capacidad de imaginar y crear abstracciones que tenemos destinado como género humano. Nuestro lenguaje es un universo vivo y requiere cuidado, no vigilancia policial. El cuidado es una responsabilidad nuestra, la vigilancia viene de afuera. En el lenguaje como en la pintura flamenca cada figura o personaje, por mínimo que parezca, resulta absolutamente imprescindible. Cuando el fonograma se descompuso en un repertorio de consonantes, prodigio de los fenicios y el comercio, que siempre necesita instrumentos prácticos, se dio el anteúltimo paso. En una redacción escrita con una succión de consonantes sin separación ni énfasis siempre acechaba el riesgo de la interpretación y la monotonía. Los griegos completaron la tarea al agregar las vocales y la puntuación básica. Del fonograma se pasó al fonema: a, b, c, m, p…. cada signo representa un sonido, no un objeto. Se devolvió el lenguaje al dominio del oído de donde nació. Si revisamos cada paso veremos que escribir algo tan simple como “vivió en el desierto” no ha sido tan simple como resulta hoy. Más fácil sería, sin dudas, vivir en el desierto que escribirlo en aquellos tiempos de cenobios y eremitas.
___________________________________
[1] “Dialogos con Leucó”, de Césare Pavese, Edit.Bruguera, Barcelona, 1973. Colección Narradores de Hoy.
[2] La única fe verdadera es aquella que se profesa en estadote libertad absoluta. En esta situación, fabulosamente utópica, Demócrito de Abdera conjuró la necesidad de adorar un dios, Job el idumeo la celebró.
[3] Asociado con Fust, editó la Biblia Latina de 42 líneas, sueño dorado de los coleccionistas de todo el mundo.
[4] No entraré en detalles acerca de los protocanónicos y deuterocanónicos. Pueden buscarse referencias en cualquier texto que prologue las ediciones de la Biblia.
[5] Algunos detractores de la época como el médico romano Celso agregan que además eran analfabetos. La ingenua catequista que me enseñó los rudimentos de la doctrina también aseguraba que eran pobres, iletrados y tristes ignorando las epístolas que se les atribuyen y el Apocalipsis íntegro, obra de uno de ellos.
[6] Todas estas noticias pueden seguirse en el valioso texto de Jacques Le Goff “La baja Edad Media”, Edit. Siglo XXI, 16º edic. en español, Méjico, 1986.
[7] La genealogía de Abraham alcanza a Noé. Para los judíos la genealogía carece de heráldica, títulos y toda la pasamanería de condes, duques, marqueses y barones. En Israel, este registro de sucesiones busca legitimar un parentesco divino, no un linaje real. Los verdaderos ungidos por Yahveh fueron muy pocos: algunos patriarcas, algunos jueces, dos reyes. La genealogía bíblica busca llegar a uno de ellos para demostrar que el personaje de la narración proviene de una misión sagrada otorgada a su ascendencia. La genealogía de Abraham llega hasta Noé con quien Yahveh firmó el segundo pacto después del diluvio. Abraham fue hijo de Téraj, hijo de Najor, hijo de Serug, hijo de Reú, hijo de Peleg (que en la antigua lengua significa “división” ya que en el año de su nacimiento Yahveh dividió las lenguas para desbaratar la soberbia humana que se alzaba junto a una torre en Babel), hijo de Eber, hijo de Selag, hijo de Arpaksad, hijo de Sem que comotodos sabemos era hijo de Noé (Génesis, cap. XI)
La colección de los treinta y nueve venerables libros del A.T. del canon judío palestino se agrupan en seis categorías: Pentateuco o cinco primeros: Génesis, Éxodo, Levítico, Números y Deuteronomio; Proféticos previos a los Históricos: José, Jueces, Samuel I y II, Reyes I y II, Históricos: Paralipómenos (o Crónicas) I y II, Esdras, Nehemías , Daniel (sin los agregados de Teodoción, apócrifos para el canon judeo~palestino e incluyen dos himnos dentro del capítulo III, lainterpolación íntegra de dos capítulos: 13 y 14: Bel y el Dragón; Proféticos posteriores a los Históricos: Isaías, Jeremías, Ezequiel y los doce profetas menores considerados como un solo cuerpo textual> Oseas, Joel, Amós, Andías, Jonás, Miqueas, Nahum, Habacuc, Sofonías, Ageo, Zacarías y Malaquías; Poéticos: Salmos, Job, Proverbios; Escritos: Cantar de los Cantares, Rut, Lamentaciones, Eclesiastés, Esther.
Los padres y doctores de la Iglesia Católica reordenaron esta secuencia a lo largo de los siglos y a principios del siglo XIII el canon definitivo quedó fijado en tres grupos: Libros Históricos, Libros Proféticos y Libros Didácticos.
[8] El canon era una vara de mimbre con la que se medían longitudes en la antigüedad.
[9] En el Foro Romano se conserva el arco de triunfo que erigió su hermano Domiciano para celebrar la derrota definitiva de las huestes judías que jamás cedieron del todo su potestad a Roma.

[10] En un bajorrelieve del Arco de Triunfo que erigió Domiciano a Tito se puede observar a un centurión sosteniendo el candelabros de siete brazos, símbolo del judaísmo.
[11] Ahorro a quien lea más referencias; mi incapacidad para mantener una pronunciación decente en otra lengua me cohíbe de la obligación de demostrar una tesis que ni siquiera es de mi cuño. Un tumor meníngeo benigno ocupó inescrupulosamente ¼ de mi cráneo desalojando al cerebro que tuvo que conformarse con funcionar con ¾ de su tamaño normal. En el área fantasma, entre otras cosas, debería haber estado el centro de coordinación del lenguaje. Doy gracias a Dios si existe que al menos sé hablar en mi lengua. Básteme decir que mi camarada invocaba hasta el guaraní en el que efectivamente “no” se dice “aní” usando la “N” bestial a la que hacía referencia en su teoría.
[12] En el encuentro estaba presente Friederich Waissman, quien tomó precavidas notas del asunto y lo dio a publicidad. Puede leerse con interés “Ludwig Wittgenstein y el Círculo de Viena”, Fondo de Cultura Económica, Méjico, 1973.
[13] “Ludwig Wittgenstein y el Círculo de Viena”, de Friedrich Waismann; traducción de Manuel Arbolí, Edit: Fondo de Cultura Económica, Mejico, 1973, págs 42-43.
[14] “Esta sagrada y antigua planta”.

No hay comentarios: