sábado, 7 de abril de 2007

LA FUNDACIÓN DEL PURGATORIO


En la pesada noche del 14 de agosto del año 599 el papa Gregorio El Grande escribía al patriarca de Constantinopla, en la Basílica, a la luz de una alcuza, cierto rescripto referido a las bondades de la vida celestial acuciado por un dolor de muelas que le causaba insomnio. Gregorio fue el compilador de las “Antífonas” que se cantaban en las liturgias de las catacumbas y que la incuria del tiempo fue deshojando para que algún día naciera el canto gregoriano. También escribió una reflexión sobre el Libro de Job en la que rescata esta sentencia de las Escrituras que conviene retener: “en la felicidad, no olvides la desdicha; en el dolor, no olvides la felicidad”[1]. Fue electo Papa en el año 590 y falleció en el año 604. Sostuvo Roma cuando el Senado ya había desaparecido y la Iglesia no estaba lo suficientemente organizada para administrar un municipio; pactó en nombre de Roma con las hordas lombardas. Se ocupó de los acueductos, el empedrado, la escasa iluminación, la provisión de cereales (que gestionó ante Nápoles), la justicia terrena y la defensa de la urbe aplicando como Sumo Pontífice (cargo que significa “el mayor constructor de puentes” para que veamos que si el Cielo nos dio ríos, también nos proveyó de ingenieros para sortearlos) todo lo que había aprendido antes como prefecto de Roma.
Un Papa desvelado por un simple dolor bucal, reconozcámoslo, es un verdadero martirio íntimo, secreto a la propaganda. El Obispo de Roma pensaba con dolor, ya que estaba condolido, en las almas de filósofos griegos y judíos ilustres que por haberse privado del bautismo, que es como decir por dejar de darse un baño, estaban condenados a ser huéspedes de su enconado enemigo Satanás. ¿Quién no se sentiría legítimamente atribulado sabiendo que espíritus insignes como Séneca, Aristóteles, Salomón, Moisés, Platón y sus secuaces Porfirio y Plotino, los ejemplares estoicos, el emperador Marco Aurelio, Alejandro Magno, Ciro, los ingeniosos Dédado e Ícaro, Pericles, Artajerjes, Idomeneo, quién sabe qué inmensa legión de chinos e indios arderían para siempre en las llamas del Infierno? En la noche cerrada por álamos y la canícula agobiante, un viento repentino proveniente de la amplia ventana abierta al cielo desparramó los manuscritos. Era el batir de alas del Espíritu Santo que venía en su auxilio dejando caer una pluma blanca (cálamo) para escribir con ella el decreto mediante el cual quedaba oficialmente inaugurado el Limbo y su sucursal adyacente, el Purgatorio. Al Limbo irían a parar desde entonces las ánimas inocentes cuya única privación fue haber nacido antes de tiempo, es decir antes de Cristo. Esa misma noche (a qué esperar más, a ver si todavía Satanás conseguía persuadir por el mal camino a gente tan declaradamente bienaventurada) deportó por decreto a un listado de sabios, científicos, pensadores, gobernantes, ministros, sacerdotes judíos y escritores de toda la antigüedad clásica. Al Limbo fueron a parar en ese mismo instante cumpliendo las disposiciones de Cristo cuando dijo a su primer Papa: “Todo lo que atares en la tierra, atado será en el cielo; todo lo que desatares en la tierra, desatado será en el cielo”. A la estancia adyacente del Purgatorio serían destinados los cristianos fallecidos con cuentas pendientes en el libro menor del catastro celestial hasta pagar el último denario antes de quedar limpios de mancha para arribar al Cielo. Con la pluma del ala del Espíritu santo san Gregorio habilitó definitivamente las estancias intermedias entre la Tierra donde somos una vasija de barro soez que contiene oro en polvo y el Cielo donde todo es oro puro como soñaban los alquimistas porque para llegar a él ya hemos roto el envoltorio de carne, el cántaro de arcilla.
¿Acaso es una broma del Vaticano?, se sentirá persuadido a preguntarse algún lector sagaz o esa lectora recelosa que retiene sin embargo entre las manos este libro visiblemente fantasioso. Es tan real como un escrito, puedo asegurarles a ambos. Cuando el furibundo F. Nietzsche apostrofa con odio al cristianismo llamándolo “doctrina de esclavos y cretinos” (porque fomenta la debilidad y la piedad en la criatura humana que de este modo nunca llegará a ser el superhombre) está pensando en la rotunda solidez del mundo material; Gregorio, en cambio, pensaba en el espíritu, ¿nos es lícito repudiarlo por haber diseñado la planificación urbanística del más allá escribiendo, que es como decir convirtiendo su espíritu en palabras? Aunque admiro la fenomenal revolución del pensamiento que produjo el genio de Nietzsche, hay dos temas en los que disiento. El primero, que la solidaridad y la comprensión entre la gente se deba exclusivamente a la flaqueza de un espíritu débil que ve en la desgracia del otro la señal de su propio deterioro. El segundo, haber dicho del Dante que era una “hiena versificando entre sepulcros”; es bien sabido que Dante tenía lo que usted quiera menos sentido del humor, y la hiena es un animal frívolo con risa fácil. De todos modos la “Divina Commedia” es un edificio tan monumental y consolidado por los siglos que lanzarle piedras resulta peligroso para la propia salud: alguna rebotará y nos partirá la cabeza. Contra todo eso, creo, opino, escribo que socorrer una necesidad ajena requiere de una gran fortaleza interior y demuestra casi siempre la superioridad espiritual de seres que han pasado por encima de su propia impotencia. ¿Cómo es ese Purgatorio ideal que hospeda las almas de los cristianos muertos con deudas menores? Gregorio imaginó un antro o madriguera basándose en 1º Corintios 3:14 donde San Pablo amonesta al díscolo rebaño de Corinto asegurándoles que todas las manchas serán purificadas con fuego. Escribió que:
"Si Jesucristo dijo que hay faltas que no serán perdonadas ni en este mundo ni en el otro, es señal de que hay faltas que sí son perdonadas en el otro mundo. Para que Dios perdone a los difuntos las faltas veniales que tenían sin perdonar en el momento de su muerte, para eso ofrecemos misas, oraciones y limosnas por su eterno descanso". Ya vemos claramente que razonó de un modo correcto.

(continuará)


alejandro maciel: fragmento de "La salvación después de Noé"

_____________________
[1] Dante volverá sobre ella al decir “Nada duele más que como recordar la felicidad en medio del infortunio”, palabras más, palabras menos ya que mi traducción adolece de todos los males achacables a mi memoria baldada por el tumor.

No hay comentarios: