SIESTA
LAILA DAITTER
Es la hora de las víboras. Este sol trae cáncer. Dormí, carajo.
Va chancletazo si haces ruido.
Él tenía todos los permisos.
Era libre.
Habrá sido el estruendo lo que despertó a mamá.
De pronto la vi de frente.
De su mano colgaba un cinto como los tentáculos de un pulpo. Las correas de cuero me habían marcado las piernas de rojo más de una vez.
Era mujer y supe que también era libre.
YA NO MÁS LOS CUERVOS
(Fragmento)
LA SIESTA GUARANI
Alejandro Bovino Maciel
1
¿Quiere conocer un anticipo de su defunción ?
Basta con abrir una ventana que de a una siesta de
enero en Corrientes o Asunción, da igual la madre que la hija. Porque esta es
una historia de madres y de hijas, ya lo verá.
Asoladas.
Humeantes.
Polvorientas.
Áridas en la llanura húmeda, las calles se agitan en
la quietud. Reverberan fulgores ondulados. Jadean como tísicas el demonio de la
siesta.
Después está la gente.
Cuerpos humanos sin sombras cruzan callados por las
calles. Abrasados por las calderas canallas. Las Diablas (obesas, aceitosas) y
sus hieródulos con espadas flamígeras están expulsando pecadores del Paraíso
que está negado a los renegados.
¿Adónde los conducen?
A la siesta correntina.
El cielo se sancocha. El tibio celeste está celado.
Ya no llegan hasta él las jaculatorias que los fieles, al santiguarse,
imprecan. Los penitentes que apenan las calles brillan del barniz del sudor. Mujeres
afantasmadas atraviesan el resplandor sin decir una palabra.
Sin decir una palabra. ¿Adónde, hombres y mujeres
cargados de ardores caminan los calores?
¿Adónde van?
A la siesta.
A los recovecos tramposos del asentamiento de la
Villa de San Juan de Vera de las Siete Corrientes: sus ejidos fueron
catastrados (amparados y rubricados por sus Católicas Majestades) con los
teodolitos del Adelantado Don Juan Torres de Vera y Aragón. Titulado.
Encomendado. No cenado como su colega Juan Solís, éste otro Don Juan bebió y
fornicó hasta que su árbol genealógico se cansó de frondar y florar y frutar la
parentela mestiza que hoy funda feudos ensoñados en nombre de la corona sajona.
Pero el misterio (flota de grumetes y doñas que
parte desde Asunción para españolizar las siete guaraníticas puntas) sigue su
liturgia en la catedral del aire escaldado de enero.
Hay palmeras y chivatos que florean el altar de la siesta
con sus verdes ondulantes. Cuando el
aire se entibia, los lapachares bajan del cielo y las jacaranderías con luto
eclesiástico gotean las veredas de la Costanera. Fieles pero infieles, los
caminantes hacen profesión de procesiones tal como está indicado en el culto de
la siesta, con sus maitines, sus horas tertias y nonas para responsos y
festines.
Desinteresados.
Remotos.
Austeros.
Insensatos: los peregrinos que caminan por las
calles no saben que son el séquito de la celebrante, que es la Muerte.
Santa la Muerte. Huesuda. Blanca. Osamenta pulida
con santa paciencia por el Tiempo, su hermano inhumano, inhumado y después
resucitado como el Cristo. Y no conforme, el Mal lo descuartizó y arrojó parte
por parte (vicio de anatomista como el del finado Dr. Nicolaes Tulp) al agua
sagrada de un río, diciéndose “éste para mí, éste para vos”.
No hay que
decir todo lo que anduvo después su hermana para rearmar las piezas del puzzle
que sólo encastraban con agua de lágrimas.
Todo lo que lloró la Muerte....
Los dos, ambos, la pareja baila presidiendo el culto
de la siesta. Que está hecha de muerte y de tiempo. O de tiempo muerto, da
igual.
Danza macabra cuyas traviesas travesías atraviesan
vereditas tropicales (pongamos las de
San Luis, entre San Martín y Belgrano) planas por bajo, neogóticas por arriba
donde los árboles se abrazan en ojivas, aunque el tránsito haga barullos y
ronquidos que perturban la paz que necesita toda muerte que se precie.
Ellos siguen su bacanal pisando aceras de vainillas
ocres, o losetas de terracota herrumbrada, aladrillada para fingirse
colonial. Danzan por el perímetro
fundacional urbano original: Tres de Abril, Pedro Ferré, Juan Pujol, Poncho
Verde y la Costanera San Martín que está abrazando y encerrando un río nunca
frío y siempre inquieto para recibir a los descuartizados.
Pero no es la muerte vulgar por todos conocida de
mentas. Ésa negocia cheques al portador en los cateretes vejestorios de las
funebrerías, que tienen paredes acolchadas, forradas de cuerina, prestigio con
vestigios de formol al 20 % y ataúdes colgados de las paredes esperando los
fetos rígidos.
No es la muerte común y corriente la de Corrientes.
Ésta es menos comercial; y dicen que vendría a ser una hija putativa de la
famosa Muerte-Madre popular. Ésta (a la
que llamaremos entre nos “Muerte hija”) no necesita dejar un tendal de
cadáveres como hacen las pestes para saber que está presente. Ésta retoña de
otoño de su Madre siempre procuró disimular que tiene el hábito del crimen, y
como es vegetariana no le interesa la carne humana.
Ella se dedica a matar el Tiempo. Lo trucida, lo
mutila, lo troza, lo desmembra para creerse piadosa cuando reanuda el trabajo
de ensamblar pieza por pieza para la resurrección.
|
Ella se
dedica a matar el Tiempo porque lo sabe inmortal, invulnerable a toda forma de
tósigo, inmune a gérmenes y virus, indolente a los agujereamientos de balas o
cuchillos. Inmatable. Inmorible, inmorible.
2
En el principio estaba sola con su sombra que era su
amiga, su escolta y ambas las dos se pusieron a conspirar la fórmula ideal para
acabar con el Tiempo del modo más pacífico. De mañana ella iba adelante y la
sombra la seguía. De tarde, ella seguía a su sombra como un perro cansado. Un
día nublado se encontró sola.
Se acordó de unas viejas amigas de su madre,
oficiosas para las tareas macabras. Decidió hacerles una visita, en una de esas
les podían servir de reclutas para la nueva fechoría criminal que pensaba tenderle
al Tiempo, su hermano inhumano. ¿Cómo andarán las Parcas? —se dijo— y entibió
la idea de un escuadrón secundante onda ‘damas de compañía’ detrás de sus
felonías. Tuvo que acudir a las recetas de un mapa para dar con las tres
Parcas. De puro paranoica primero las observó escondida entre unas matas de
enebro. Las tres Damas del Duelo son mujeres laboriosas. Rústicas. Hilanderas,
honradas, drásticas, disolutas en las artes homicidas, eternas, suspicaces, cautivantes,
temibles y diligentes. Son el modelo de la famosa división del trabajo que el
finado Adam Smith aprendió para una fábrica de alfileres en Kirkaldy. Ellas
leyeron las “Investigaciones sobre la naturaleza y las causas de la riqueza de
las naciones” y ni qué decir de los textos de David Ricardo y Carlos Marx.
Versadas, visten como vesánicas: pilchas de
arpillera.
Letradas, la indumentaria es adusta. Su industria
consiste en gastar pocos insumos y cosechar mucha riqueza aprovechándose del
trabajo ajeno, tal como les enseñó el maestro Smith.
Rentable, el trío desgraciador hila los destinos
humanos con la indiferencia pasmosa y malsana de un asesino a sueldo.
Nuestra vida es su tejido.
Nuestro cuerpo, su telar.
La mayor es la
Cloto. Labura mareando la rueca del pasado con pesada paciencia. Inmensa,
flacuda, ruidosa de coyunturas artrósicas, tiene la piel curtida de una perra
vejada por la edad. ¿Y cómo se toma venganza?
Apura el pasado y la gente se va llenando de años,
lustros, bodas de oros hasta que las deja tan lejos de la adolescencia (“Juventud,
divino tesoro/ a veces lloro sin querer”) que los ojos se les entierran en la
cara como las momias de la IV dinastía; mientras rodea la rueda-rueca-rodela y
se ensueña pensando que festeja sus 15 años bailando el vals (“Eres novia de la
flor/ eres alma del amor”) con muchachones —tipo chongos— picados de acné.
Pero un caérsele de carnes la desmiente. Se hace la
loca y meta rodar la rueda porque sus labores no tienen principio ni fin. No
sabe odiar sino a los espejos como el finado Plotino. Hay que convencerse: casi
nadie mata para dañar.
La mediana se llama Láquesis, que vendría a ser la Segunda Persona de la Trinidad parcal.
Viste una sábana sobre la pilcha de sarga. Ella vive del presente. Blanca su
túnica de monja estival, rebrilla entre las sombras midiendo el hilo de la
duración de las vidas.
La estafa consiste en haber convertido en longitud
lineal (manía cartesiana, si las hay) lo que es inconmensurable: los días de
nuestras vidas. La totalidad de cada destino.
Por último está Átropos,
gobernanta del futuro (ella, candorosamente lo llama “Porvenir” aunque se esté
por ir) que nos espera y que desovilla desde un lanar casi invisible que
abastece la Esperanza. De algo tan sutil como la fe, ella exprime las jornadas
por las que transcurren nuestras historias personales.
Entre los pliegues de su túnica parda guarda unas
tijeras siniestras; porque esta modista inmodesta espía constantemente el
almanaque y el reloj, como un baquiano que olfatea huellas en la pampa húmeda
del infinito. Cuando su instinto le avisa que llega el final de la hebra esperanzal, de un golpe crudo ¡chás!
corta el hilo sagrado y en la tierra alguien fallece.
Como son adictas al Drama (se sabe que subieron al
carro de Tespis como quien es raptado violentamente por romanos cachondos en
tierras sabinas) montaron un auto sacramental impío, sacrílego por donde se lo
mire y nos obligan (fascistas facinerosas) a presenciarlo so pena de usar las
tijeras ominosas....
¡Dios nos libre y guarde!
“LA MUERTE HIJA Y LAS TRES PARCAS”
(MELODRAMA NEOREALISTA EN UN ACTO,
EN FORMA DE ENTREMÉS SIN ENSEÑANZA)
P E
R S O N A J E S ( en orden de
aparición)
1. LA MUERTE HIJA ( hija de la famosa que nos espera a todos : no se
olvide de ir, por favor)
2. LA CLOTO (Parca
1).
3. LA LÁQUESIS
(Parca 2)
4. LA ÁTROPOS (Parca
3)
(Al abrir el telón suenan gongs
graves. Un pálido haz de luz se posa sobre un árbol reseco que surge entre un
prado de hierba húmeda, como la paloma de Noé el día que trajo el gajo de
laurel. La Muerte hija entra por el lateral derecho. Pálida, elegantísima, está
en la edad en que los hombres empiezan a llamar “señora” a cualquier mujer. Tiene los cabellos lacios en corte parejo
hasta el hombro y de un tono rubio tostado. Viste ropa de punto muy fina en
color marfil con detalles ocres. Se la nota algo distraída, displicente, como
abandonada al azar de sus pensamientos, cuando llega ante las Parcas que telan
mecánicamente bajo el escuálido espinillo con sus ramajes retorcidos y
negruzcos).
MUERTE HIJA:
¡Hola! ¿Cómo andan? ¿Qué están haciendo?
CLOTO:
Trabajamos querida. No andamos por ahí paseando, haciéndonos las
románticas y engordando las gambas de tanto rascarnos (la voz sonará extraña, como la de un ángel que habla bajo la bóveda de
un mausoleo).
MUERTE HIJA: Ah,
¿sí? ¿Y en qué trabajan?
CLOTO:
Industria textil-manufacturera. Ojalá que el sindicato nos mantenga la
obra social, porque ando con unos dolores de espalda que me torturan; también,
con esto de tener que ovillar todo el tiempo que necesitan todos los hombres
para vivir, no descanso nunca. Esta bobina, por caso, es de un correntino (la expone como quien eleva una hostia durante el memento de la consagración)
por eso es un desastre. Ya se sabe que son desordenados y embrollados.
MUERTE HIJA:
¿Y para qué sirve ? (haciéndose la
ingenua, naïf como ella sola).
CLOTO: Es la
memoria del prójimo ése. En este ovillo voy juntando todos los recuerdos, desde
que era chico....acá por ejemplo está el asunto de su bautismo, medio borroso
pero más allá (recorre la hebra con sus
dedos largos apasionándose en la travesía
memorial) está la cara de la maestra de cuarto grado que le retó porque no
sabía la tabla del siete, éste es el partido que ganó en la liguilla, ¡jaque!, ahí
están las chanchadas que hizo en el quilombo cuando debutó con una gorda con el
pelo color escoba... mirá, ¡la primera
novia con el vestidito estampado!, acá el casamiento y los nervios porque la
novia no llegaba y el cura puteaba a diestra y siniestra, ¿has visto?¿Qué
quedaría si yo me distrajera por ahí pensando en la luna?
LÁQUESIS:
¡Todos los recuerdos se desparramarían! Sería como una demencia.
CLOTO: Porque
ya sabemos que sin memoria no hay pasado.
LÁQUESIS: El Tiempo nos iniciaría una demanda penal.
CLOTO: Él
también depende del pasado.
LÁQUESIS: ¡Es su forma de riqueza!
CLOTO: ¡Su
capital!
LÁQUESIS: Por eso tenemos que ser cuidadosas con
nuestro trabajo. ¿Ves esta varillita? (Muestra un vulgar metro milimetrado de color
amarillo, de esos que usan los carpinteros
y albañiles). Ni un centímetro de más ni uno de menos. Tiene que ser la
medida exacta.
MUERTE HIJA: ¿La medida? ¿De quién?
LÁQUESIS: Más
bien de qué, mi querida. Sólo los cuerpos tienen extensión según lo que enseñó
el finado Descartes. El Alma no tiene peso, precio ni medida (Risita un poco sardónica, cambio de mirada cómplice entre las dos). No es
mensurable.
CLOTO: Ella (casi hinca con su filoso dedo índice a
Láquesis) mide la duración de la vida. Tantos metros y ¡ñácate! se termina
todo en un pozo que llamamos ‘Siempre’, cariñosamente....
MUERTE HIJA: ¡Que nombre más curioso!
LÁQUESIS:
¡Justamente! Allí nunca son las 8 P.M., ni Navidad ni el día del
cumpleaños.
CLOTO: Allí
siempre es Siempre.
LÁQUESIS: Es el único sitio donde el Tiempo está
prohibido.
CLOTO: ¡Lo expulsó un ángel armado con una espada de
fuego! ¡Flamígera, ella!
LÁQUESIS: Quiso ser como Dios, ¡vaya pretensión!, ¡vaya
con la modestia!
CLOTO: Todo lo gobernaba él y sólo él. Estaba en
todo lugar.
LÁQUESIS: No
había sitio del Espacio libre de Tiempo.
CLOTO: ¡Hasta Dios tenía que consultar su reloj
antes de hacer nada!
LÁQUESIS: Ni
los finados podían disfrutar de su paz. Los despertaba a las 6 A.M.
CLOTO: ¡A tomar mate, ndayé! ¿A vos te parece?
LÁQUESIS: Pero
un buen día llegó al colmo.
CLOTO: Se
reunió con la Historia para conspirar contra Dios.
MUERTE HIJA:
¿Qué querían hacer?
LÁQUESIS: ¡Querían apoderarse del Poder!, pero no
pudieron....
MUERTE HIJA: ¿No pudieron apoderarse del Poder?
CLOTO: Te
cuento, la Historia siempre fue su alcahueta. Se juntaron y pensaron que eran
invencibles.
LÁQUESIS: Eso
de Don Satanás fue un poroto al lado de esta conjura, la Historia hace todo lo
que él le pide, son carne y uña. Más que eso, son ¡culo y calzón!
CLOTO: El
Tiempo le dijo “yo soy el Futuro porque decido cuándo pasará esto o aquello.
Vos te encargás del Pasado porque memorizás todo lo sucedido, el Presente no
existe como ya demostró el tío ése de Hipona, de manera que entre vos y yo
tenemos encerrada la realidad. Nada está fuera de nuestras manos. ¿Para qué
necesitamos a Dios? Además, honestamente, es un desastre como gobernante: mirá
que tardar ¡siete días! para armar
semejante desastre. Nosotros hubiésemos gastado menos de la mitad y ya no
estaría siendo. Hace rato hubiese dejado de ser”.
LÁQUESIS: Pero no se dieron cuenta que la Serpiente
—que sólo vive el Presente aunque el Agustín haya dicho que es ilusión— escuchó
todo lo que estos dos estaban tramando y se fue volando hasta el trono de Dios.
CLOTO: ¡Le
contó todo, con lujo de detalles!
LÁQUESIS: Entonces Dios los castigó confinándolos a
la Tierra: “Que sufran el desastre hecho en siete días” —dijo, enfurecido-—. “O
si no, que arreglen ellos la catástrofe, ya que son tan habilidosos” —sentenció.
CLOTO:
¡Estaba enojadísimo! Mucho más que cuando Moisés rompió las Tablas.
LÁQUESIS: Y ahí mismo puso al Ángel ese que los echó
a patadas....
CLOTO: ¿Y qué iban a hacer ellos?
LÁQUESISI: El Mundo no tenía arreglo así que se
propusieron hacer cosmética.
MUERTE HIJA:
¿Cómo es eso?
LÁQUESIS: Claro, como no pudieron hacer que fuera, digamos
‘perfecto’ encomendó a la Historia un truco.
CLOTO:
¡Hacerle creer a los hombres que pueden ser eternos! (aplaude poniendo picardía
en la mirada) ¿No es genial, pero réquetegenial?
LÁQUESIS: La Historia inventó un maquillaje que se
le ocurrió cuando el finado Keops hizo su Pirámide.
MUERTE HIJA:
A ver, chicas.... me parece que no entiendo lo que me quieren decir...(Toma asiento en un taburete que está en
la penumbra) ¿No hay mate por ahí? Les juro que es mi hora de matear.
CLOTO: ¿No será tu hora de matar más bien? (Se ríen las
tres).
MUERTE HIJA: ¿Y para qué un muerto necesita semejante
monumento?
LÁQUESIS: ¡Oh!, ahí está el ardid, ¡porque se cree
que la Belleza sobrevive a la vida, que es transitoria , breve, y dura uno de nuestros suspiros.
CLOTO: Pero la Historia no es ninguna tarada. Empezó
a ver que algunos desconfiaban de los mausoleos y entonces se le ocurrió otra
idea genial.
LÁQUESIS: Y entonces
inventó el “Espíritu” que puede ser tan perfecto que es bello, cuando se lo
cultiva.
CLOTO: Y ya
sabemos que Don Platón convenció a todos que lo que es bello, es eterno.
LÁQUESIS: Y
así los hombres creyeron encontrar una manera de salvarse, inscribiéndose para
siempre en la memoria de la Historia.
CLOTO: Pero
¡ja! embustes, embustes, querida. Ya sabemos que allí siempre es Siempre.
LÁQUESIS: Y que la Historia es una desmemoriada (Risas sarcásticas).
CLOTO: En fin, puras patrañas. Todos mueren lo
necesario. Ni un poco más ni un poco menos.
LÁQUESIS: El “Espíritu” no es más que el maquillaje
de la muerte.
CLOTO: (Poniéndose a bobinar su hebra con apuro, para
recuperar los instantes perdidos). Pero, ¿qué cuernos estamos haciendo? (Codea a Láquesis). ¿Justamente a Ella se
lo venimos a contar?
LÁQUESIS: ¿A Ella? (la señala con su largo índice rematado en una uña flechuda) que es la camarera de la desgracia?
CLOTO: ¡Comadre del infortunio infinito!
LÁQUESIS: ¡Concubina lesbiana de la Maldad! (Risas)
ÁTROPOS: (Aparece desde el lateral derecho con
sus tijeras tiznadas) ¿Quién anda por ahí?
LÁQUESIS: ¡Guarda que viene la ciega!
ÁTROPOS: ¡Te escuché bien, zorra! ¡Ya te voy a dar
tongos cuando te pongas a tiro! Te voy a cortar las crenchas (Sisea las tijeras en el aire, amenazadora)
que ni Giordano te las va a poder arreglar después, ¡desgraciada! (Se sienta al lado de la Muerte Hija) ¿Cómo andás, queridita? ¿Conseguiste
el mate, che?
MUERTE HIJA:
No, pero se supone que yo soy la visita y ustedes las dueñas de casa.
ÁTROPOS: Ya va, ya va... ¡Qué! (Mirando a las sus hermanas que han puesto trompa de reproche) ¿Soy la sirvienta acaso? (Habla a gritos con la voz ronca y grave de una contralto engripada). Una no puede echarse a dormir una
siestita que ya la acusan de crímenes horrendos.
CLOTO: (Con la
entonación de quien reanuda una conversación) ...Y desde entonces la
Historia atrae a los hombres...
LÁQUESIS: ...disfrazada de Eternidad.
CLOTO: Políticos, artistas, dictadores, filósofos.
LÁQUESIS:
Todos quieren alcanzar el Ideal que se les muestra, para perpetuarse.
CLOTO: Pero lo único que consiguen es durar un
tiempito en el recuerdo de los que sobreviven. No hay que ilusionarse demasiado
con la flotación cuando uno está en un océano. La fuerza de gravitación
prevalece a la larga. Es universal, ya lo dijo Don Newton, al final los
recuerdos se hunden, todo cae en la omisión.
LÁQUESIS: La memoria humana es el alimento preferido
del olvido.
CLOTO: ¡Que cada día tiene más hambre!
MUERTE HIJA:
¿Y cómo hace la Historia para sobrevivir, entonces?
LÁQUESIS: ¡Oh!, ella inventa, sacude el polvo de sus
momias.
CLOTO:
Fabrica héroes que son soldaditos de plomo.
LÁQUESIS: ¡los verdaderos héroes son el plato
predilecto del olvido!
CLOTO: Casi no come otra cosa.
LÁQUESIS: (Midiendo
una hebra larguísima) ¡Aquí, Átropos, aquí! (señala) traé tus tijeras y
cortá...rápido, rápido ...
CLOTO: ...que ya se le terminó la Esperanza a este
hombre.
MUERTE HIJA: ¡Esperen chicas! ¿Y si el tipo ese no
estuviera enfermo?
LÁQUESIS: ¡Que se suicide, mi hija! ¿Para qué quiere
seguir viviendo sin esperanzas? (se lo
dice a Átropos) dále, cortá de un golpe.
MUERTE HIJA:
Bueno mujeres, las dejo... sigan trabajando. Yo me voy a por el mate, si
no tomo a esta hora, después me duele la cabeza. (Se retira, las demás quedan con sus labores, los suaves sones del
Adagietto de la 5ta. de Mahler la acompañan hasta que desaparece).
F I N
Foto: Corrientes, de Javier Ríos.
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