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CUENTOS, DE MABEL PEDROZO (ASUNCIÓN DEL PARAGUAY) 2015
CUENTOS PARA MIL
NOCHES
MABEL PEDROZO
Como un personaje más
de sus narraciones y cuentos, Mabel Pedrozo es huidiza, se acomoda mejor a las
sombras de la timidez que a los destellos de la exposición. Quienes la
conocemos sabemos que es uno de los mejores corazones que existen en el camino
bastante esquivo de la cultura y sus aledaños. Mabel es abogada egresada de la
Universidad Nacional de Asunción pero en toda su actitud ya advertimos que está
muy lejos del ejercicio de una profesión con tantos recovecos como leyes.
La
ética le impediría caminar como quien halla espinas y escollos en un camino
largo y tedioso. La necesidad de escurrirse por andamiajes dibujados le
impediría cumplir horarios de oficinas entre funcionarios y funcionarias que
ven pasar la vida a través de una ventana. El territorio donde respira la
verdadera libertad está en las lecturas que visita para poblar su mundo
personal, seguramente mucho más rico y destellante que el de la rutina en la
que nos movemos como si el tiempo fuese una condena a cumplir.
Lejos de esa
lenta máquina que nos tritura con obligaciones, Mabel y todos quienes leemos compulsivamente,
vivimos nuestras vidas y las de cientos de seres con quienes compartimos
desgracias, felicidades y decepciones.
TABLADA, ASUNCIÓN
En la zona ubicua que
figura en los planos bajo el rótulo de “Trinidad” por cierta parroquia
histórica levantada por voluntad de don Carlos Antonio, están los bajos del
matadero de ganado de Asunción que delimita La Tablada. Las calles que acuden
sinuosas como rogando asilo desde la transitada avenida Artigas buscan
refugiarse en la orilla del Río Paraguay. Con las crecientes, las aguas que
reculan avanzan anegando las rústicas piedras con que empedraron Asunción
durante la interminable noche de la dictadura de Stroessner. Los perros
chapotean en los lindes del Matadero municipal, donde llegan las bestias en
siniestros camiones, refilando los últimos alientos con que habrán de ser
ultimadas entre las brumas del amanecer, desolladas, destazadas y convertidas
en cortes de carnes para su venta.
Un zumbido permanente de moscas invisibles
juguetea en el aire, uno nunca sabe si existen o no, pero el sopor de ese
cansado ronroneo sigue dando vueltas en la memoria después de haberse alejado
de los paredones rojizos del matadero. Por lo demás, el vecindario asunceno
bulle con la misma vida feliz que en el resto. No hay un mapa físico que copie
un mapa sociológico que copie un mapa político.
Esos croquis de escolástica
sirven como mera referencia, pero Tablada no se distingue de Ciudad Nueva, San
Jerónimo, Barrio Obrero o el céntrico San Roque, barrios en los que viví
durante mis años paraguayos. No obstante, algo especial ronda esas calles que
tienen el Matadero como centro del laberinto donde se sacrifica al toro todas
las noches. Vagos mugidos como de fantasmas corroen las tardes plácidas, pero
es en las noches brumosas cuando se escuchan viejos ecos, sonidos de cuchillos
que se afilan, sangre que bulle, espesa, alimentando el barro.
LOS PADRES SAGRADOS
Alguna vez Mabel me
dejó entrever su infancia, esa patria nunca hollada por las impurezas que
después nos va sumando el tiempo, y en esos años primeros están los recuerdos
de un padre misterioso, siempre cariñoso, lector de libros de ocultismo, tal
vez las Clavículas de Salomón, augurios, la Alquimia del Trimegisto, las bases
del espiritismo, los escalafones del Infierno con la cohorte de Satanás y sus
cadetes. Este hombre sobrio, siempre impecablemente vestido se reunía con sus
lecturas y Mabel lo observaba ensimismada, leyendo a través de esa figura
concentrada los misterios del más allá.
También la madre
atesoraba relatos fantásticos en los que nunca faltaban espíritus de doncellas
muertas que rondaban las calles de adoquines brillantes como los de Tablada. O
enseñaba a las hijas a permanecer atentas a los sonidos de la noche: algunos
pasos que resonaban, golpes de puertas que gruñían al cerrarse, cánticos muy
lejanos y toda forma de criaturas mitológicas que la tradición popular fue
mestizando con seres de carne y hueso en el oscuro ámbito guaraní.
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