miércoles, 24 de diciembre de 2014


BIEN DE FAMILIA /


 

PERSONAJES

  1. Amparo, viuda de 70 a 75 años
  2. Cristina, enfermera, soltera, 36 años
  3. Padre Daniel, sacerdote, 40 años
  4. Malvina, vieja amiga de Amparo, 60 años
  5. Luciano, sobrino de Amparo, 25 años

 

 

Dormitorio de paredes blancas con detalles suntuosos en el decorado. Cama con dosel, mesitas de luz de estilo, un tocador con espejos, una mesa donde se acumulan medicamentos, perfumes y libros. Veladores con caireles. Dos butacones o sillas tapizadas. Un florero con rosas un poco ajadas. Flota una suave música funcional como de sanatorio. Amparo está en la cama, leyendo y tose a cada tanto. Tiene el cabello recogido y viste ropa de cama. Hace sonar una campanilla y acude Cristina que viste de oscuro, solo la cofia blanca delata que es enfermera. Todo en ella es pulcritud y corrección, también lleva el cabello sujeto y el cuello cerrado.

Amparo:        Me duele. Mucho. Quiero fumar

Cristina:        Pero señora, el médico me ha prohibido…

Amparo:        (Cortándola) ¡Qué puede saber ese pelotudo de lo que me duele!

Cristina:        Es por su bien

Amparo:        ¿Qué bien? ¿Alargar este cáncer que me devora es el bien?

Cristina:        Dios da, Dios quita, señora.

Amparo:        A mí nadie me quita nada, ni los bienes ni los males.

Cristina:        Sólo Él sabe el momento exacto.

Amparo:        Quiero fumar.

Cristina:        No puedo, señora.

Amparo:        Necesito fumar desesperadamente, ¿no entiende?

Cristina:        Sí entiendo

Amparo:        ¿Y entonces?

Cristina:        También entiendo mi deber

Amparo:        Deje de decir boludeces, qué deber ni qué ocho cuartos. Alcánceme un cigarrillo. Solamente uno.

Cristina:        (No se  mueve) No hay, señora

Amparo:        Hay un atado en la cocina, arriba de la alacena, vaya, busque

Cristina:        No, señora

Amparo:        Ya está, perdí la maldita jugada, el cáncer empezó en el pulmón y llegó al cerebro, a los huesos, al hígado. ¿De qué me va a salvar dejar de fumar, mujer? Ya es tarde para todo. Hasta la salvación tiene plazos….

Cristina:        Mejor le leo un pasaje del Evangelio, ¿sí? El padre Daniel dice que es lo mejor contra las tentaciones.

Amparo:        Odio al mundo. No es más que una porquería donde todos se revuelcan para quitarse dinero.

Cristina:        ¿Alguien le quitó algo?

Amparo:        Todos. Desde que quedé viuda mis sobrinos empezaron a rondar como buitres. Tía esto, tía lo otro. No pasaba día en que no me llamaran para contarme estupideces. Claro, mi cuñada los empujaba. Esa mujerzuela detecta el dinero por el olor, lo habrá aprendido en el cabaret donde alternaba. De ahí la sacó mi cuñado para casarse con ella, ese Fernando siempre fue un bueno para nada. No se parece en nada al hermano. Mi marido era un hombre pujante, trabajador, incansable. Hizo todo de nada. En cambio Fernando…pobre infeliz. La putona esa le hacía gastar lo que no tenía, siempre andaba pidiéndole dinero a mi marido.

Cristina:        ¿Leemos la palabra de Dios?

Amparo:        No, deje a Dios en paz. No le hice ningún mal y me mandó un cáncer, mejor dejémoslo tranquilo, a ver si se acuerda de nosotros y nos manda otra calamidad. Ya sé: Él sabe lo que hace, hasta cuando hace un mal. Nuestro deber es disculpar a Dios de todos sus pecados…somos más indulgentes que Él.

Cristina:        ¡Por Dios, señora! Esas cosas no se dicen

Amparo:        A mí me las hace… ¿y yo no puedo decirlo? No. Basta, ya le dije, dejemos a Dios en su lugar.

Cristina:        El padre Daniel me encomendó…

Amparo:        ¿Qué?

Cristina:        Que la cuidara con devoción

Amparo:        Necesito ir al baño.

Cristina:        La ayudo… (Va y la sostiene, se nota que Amparo se mueve con dificultad) Con cuidado…

Amparo:        Este maldito dolor… (Desaparecen de escena. Empieza a sonar el teléfono con insistencia)

Cristina:        (Regresando con apuro para atender el teléfono) Diga…. No, la señora no está. Salió para unas revisaciones médicas… la verdad, no sé a qué hora puede volver. Sí, cuando regrese le digo que llamó. (Va de nuevo hacia el baño y vuelve con Amparo)

Amparo:        ¿Quién era?…

Cristina:        ¿Quién, señora?

Amparo:        El que llamó por teléfono; mire, a veces no sé si usted es o se hace la tonta. Ay, con cuidado, me duele mucho…

Cristina:        Era de una empresa que ofrecía seguros de vida

Amparo:        No es mala idea para mí que tengo segura la muerte

Cristina:        No diga eso, señora. No conviene tentar a Dios

Amparo:        ¿Qué edad tiene, Cristina? (Vuelve a acomodarse en la cama)

Cristina:        Treinta y cinco…

Amparo:        Uy, casi pasamos la raya. Aunque consiga un marido o novio, ya no habrá hijos, ¿no? Usted, como yo, termina en usted. No tenemos descendencia. ¿Nunca pensó eso?

Cristina:        ¿Pensar qué?

Amparo:        Que somos como esos viejos árboles que ya están secos por dentro, apenas algunas ramas mantienen la vida, pero adentro está todo podrido, de raíz.

Cristina:        Yo no me siento… podrida, señora.

Amparo:        Claro, no tiene cáncer pero tampoco tiene vida, ¿qué es usted? Una simple cuidadora de moribundos que envía la Iglesia para salvar las culpas de gente rica. ¿Y su vida?

Cristina:        ¿Por qué me ofende, si yo no le hago ningún mal?

Amparo:        Solamente digo la verdad, ¿eso la ofende? Vaya, cambie de vida y veremos cómo le sale, aunque a juzgar por sus capacidades, no creo que avance mucho en nada. Tráigame un cigarrillo, por favor.

Cristina:        No puedo hacer eso

Amparo:        Claro que puede. Basta con ir a la cocina, encender uno y traérmelo

Cristina:        ¡Pero le hace mal!

Amparo:        ¿Es realmente idiota? ¿Qué otro mal me puede hacer con ese cáncer que ya me trajo? ¿No entiende que el mal ya está hecho? ¿Usted abortó alguna vez?

Cristina:        (Se turba de modo visible) Pero...eso…no…eso es una impiedad…

Amparo:        ¡Abortó! Ese temblor de las manos y ese desconcierto la delatan. Yo no la juzgo. Pero no me dirá que el mal ya no está hecho. El niño está muerto.

Cristina:        Señora… es hora de su inyectable (Va hacia la mesita y toma una jeringa, la carga mientras Amparo sigue)

Amparo:        Muerto. Muerto. ¿Y por eso dejó de tener sexo? ¿Por el muerto? Ya no hay nada que se pueda hacer por un feto muerto, Cristina. Madure.

Cristina:        Por favor, dese vuelta para la inyección…

Amparo:        Del lado derecho, la otra nalga ya la tengo a la miseria

Cristina:        Sí…

Amparo:        ¿Qué era?

Cristina:        ¿Qué cosa, señora?

Amparo:        El feto, ¿era varón o mujer?

Cristina:        Espere, quédese, no se mueva ya termino

Amparo:        ¿Qué era?

Cristina:        (Limpiándose las manos con una gasa de alcohol) Eso fue hace mucho tiempo, señora. Mi padre, es decir, nadie en mi casa, nadie habría admitido un hijo de una madre soltera…

Amparo:        Ah, claro, la unidad familiar justifica cualquier crimen, yo la comprendo, hubiese asesinado a la zorra de mi cuñada pero claro, eso rompería la ‘sagrada armonía familiar’, entonces me tuve que meter el odio en la sangre y el tabaco me anestesiaba esas pequeñas “incomodidades”. ¿Ahora entiende por qué quiero fumar?

Cristina:        Me juzga desde su posición, señora. Muy cómodo lo suyo…

Amparo:        Y qué, ¿no hubiese podido tenerlo y trabajar como todo el mundo?

Cristina:        ¿Trabajar cuidando enfermos con un bebé?

Amparo:        Bueno, podría haberse empleado como sirvienta en casas de familia…

Cristina:        ¿Con un bebé? ¿Usted me hubiese recibido?

Amparo:        Detesto los recién nacidos…son como larvas asquerosas y rosadas que gritan, llorisquean, se mean, tienen hedores…uff, me libré de tener hijos para estar lejos de toda esa porquería humana.

Cristina:        ¿Y entonces?

Amparo:        ¿Qué?

Cristina:        ¿Dónde trabajaría con un bebé de días? Porque mi padre me habría echado a la calle antes del parto, señora.

Amparo:        Qué sé yo, búsquese algún apoyo en la Iglesia, ¿acaso no tienen guarderías y esas cosas?

Cristina:        No para madres solteras
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