EL PESO, EL DÓLAR Y LA FE
Aunque el gobierno actual merezca mi
adhesión en reconocimiento a las formidables medidas (inusitadas, desde que
tengo uso de razón) de ampliación de la base social que impulsó, incluyendo
amplios sectores marginados que antes dejábamos morir de hambre, enfermedades,
atropellos, delincuencia y otras lacras. Ese era el único destino asignado a la
nueva clase social que nació y creció cuando el campo se tecnificó y expulsó
miles de trabajadores, cuando las
empresas se privatizaron a mansalva y cerraron ramales ferroviarios para que
pueblos enteros agonizaran en la espera.
Toda esa masa humana que “el progreso” de los
Martínez de Hoz y los Cavallo fue dejando huérfana de todo vínculo con la sociedad
estaba destinada y condenada de antemano a sufrir de los estigmas de la
delincuencia, las adicciones, el rechazo de la clase media; y nunca olvido que este
gobierno, no otro, tendió puentes para empezar a ingresarlos nuevamente en las
escuelas, los trabajos y el crecimiento social. Falta mucho por hacer, quién lo
duda, pero ya se dieron los primeros pasos, quién lo duda…
No obstante, hay otras medidas que no
parecen atinadas ni oportunas como esta verdadera “caza de brujas” del dólar
devenido en objeto del deseo argentino y que las trabas y candados no hacen más
que acicatear disparando la especulación y su consecuencia: el dólar paralelo,
por las nubes.
El gobierno en todo su conjunto asegura
que este cerco a la moneda extranjera solamente persigue recuperar la confianza
en el peso moneda nacional. Muy bien. Pero el peso se sigue derritiendo en los
bolsillos, las cajas de ahorro y los plazos fijos bancarios cuyas tasas están por
debajo de la inflación, que tiene dígitos tan misteriosos como el dogma de la
Trinidad.
Sabemos que el único modo de mantener una
inflación sostenida más allá de un semestre es la emisión monetaria. Y ahí
aparece lo que semeja un doble discurso: por un lado se nos pide fe en la
moneda, pero al emitir moneda casi descontroladamente se corroe el poder de esa
misma moneda que me pide fe. ¿Cómo podríamos confiar en el valor a largo plazo
si mensualmente se desvaloriza frente a nuestros ojos y aunque el INDEC diga lo
que diga, el supermercado chino de la vuelta de mi casa me canta la justa:
inexorable, la máquina sumadora de la caja me resta valor al billete de 100
pesos.
Hace apenas un año cargaba 10 a 12
productos básicos en el canasto y Julio A. Roca pagaba sin problemas. Hoy, con
6 productos Roca debe pedir socorro financiero a Manuel Belgrano o J. M de
Rosas para saldar la deuda de la caja. En esa instancia ya no importa demasiado
lo que digan las estadísticas; el barómetro de la billetera resulta infalible. Si
todo esto me sucede a mí, simple ciudadano trabajador, ¿qué será de los
inversores de la construcción que planifican a 20, 36 y hasta 50 meses el
precio de una obra? ¿Cómo podrá saber este buen señor cuánto terminará pagando
en moneda nacional en un año y medio el
costo del cemento, la cal, los ladrillos, hierros, cerámicos, pinturas, mano de
obra, griferías? ¿Cómo puedo depositar mi fe en una moneda que se hace fantasma
con el paso del tiempo?
Por las duras experiencias del pasado los argentinos
necesitamos creer en un respaldo financiero fiable. El dólar ha sido
históricamente la moneda de referencia para operaciones comerciales de largo
plazo. Que súbitamente y para evitar salidas masivas de capitales se pusiera
cepo al dólar no ha sido una jugada maestra. Que nadie desde el gobierno
informe a la gente por qué, cuándo y hasta cuándo se mantendrá la veda verde
tampoco parece muy feliz. Sigo confiando que el gobierno tendrá y usará
reflejos políticos para devolver la estabilidad económica que es una de las
bases de la paz social porque volverá a dinamizar el mercado de trabajo que ya
denuncia los primeros síntomas de estancamiento.
Alejandro Bovino, Buenos Aires, junio
2012.
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