El nuevo cuentario de Amanda Pedrozo.
“El diablo por un agujero”
Amanda Pedrozo viene desarrollando una paciente tarea de escritura enmarcada en los dos géneros que escogió para expresarse. La poesía y el cuento, dentro de la narrativa. No sé por qué nunca escribió una novela, sospecho que los largos discursos no le apetecen, Amanda es un espíritu demasiado inquieto para sentarse durante meses a hilar la trama de idas y venidas que pide una novela. En la moderna narratología crítica se usa diferenciar al menos dos partes: por una la historia, la anécdota que nos cuenta la autora, y por otro la forma en que nos cuenta. Creo que todos podemos hacer esa distinción, supongamos que yo quisiese contarles que murió el comisario del pueblo. Puedo apelar a decirles simplemente:
1) Lo mataron a tiros frente a la casa de la familia,
o bien decirles:
2) La tarde estaba casi electrizada por el calor y el viento seco que arrastraba las ramas, el comisario, todo cubierto de sudor, bajó del auto, cerró la puerta y estaba buscando las llaves de la casa en los bolsillos cuando pasó una moto con dos hombres que sacaron un arma y, sin dar el menor tiempo a reaccionar, dispararon siete tiros contra el comisario que se desplomó en la calle, dejando un charco de sangre oscura alrededor del pecho.
En las dos situaciones conté lo mismo, pero recién en la segunda la forma es literaria. Pero la cosa es más complicada todavía. Dentro de esa historia o argumento que se cuenta (mataron al comisario) aparte de la forma en que se cuenta, hay dos aspectos: uno es la Fábula o mytos como llamaba Aristóteles en su Poética. Es el conjunto de motivos en su relación causal y temporal. El otro aspecto es la Trama, que es esa misma sucesión de hechos pero tal como se presentan en la obra, no siempre en orden causal ni en el orden temporal de los almanaques y relojes.
No pretendo dar una clase de Narratología, solamente quiero señalar esto porque Amanda tiene una especial habilidad para el manejo de tramas para contarnos la fábula y esto requiere que el lector se haga co-partícipe en la construcción de la obra. Toda la corriente narratológica moderna se establece en este sentido, en el de la participación activa por parte del lector en la construcción de la obra. No como simple espectador pasivo que escucha o lee un relato lineal y simple, no. El lector debe cobrar cierto protagonismo autoral, si quieren lo podemos decir, el lector o la lectora deben ayudar a escribir esa historia que nos contamos entre todos para reflexionar juntos acerca de algún aspecto de la realidad, porque ése es otro elemento a destacar. Aunque Amanda cuente un episodio que sucede en la India o en el Polo Norte, nos está refiriendo cosas de Paraguay que es el sitio situado desde donde brota su escritura. Nunca ha sido fundamental el tema, lo importante es la relación entre la trama y la fábula de ese tema, la forma literaria en la que se lo inviste para revelarlo.
Yo creo que hay una íntima filiación entre la poética de Amanda y la narrativa que escribe. La visión de la autora está revestida de poesía, ¿y qué es poesía? Es aquel desdoblamiento del lenguaje que permite, usando palabras simples y cotidianas, transformar el discurso para que diga otra cosa en el sentido final que le otorgamos. Por eso decir simplemente “mataron al comisario a tiros frente a su casa” no convence literariamente. Ahí está expresado en forma lineal, como podríamos leerlo en una crónica de los periódicos, no en un libro de cuentos.
Vean por ejemplo este fragmento del cuento Thais:
“y después conozco sus sueños, ella sufre de
pesadillas extrañas, es como el paraíso perdido que la
espera apenas se duerme, donde una víbora le da placer
entrándole por el ombligo para hacerle el amor desde
adentro y comérsela después, sacando la cabeza y mirándola
con ojos de hombre desde su vagina”
Basta imaginar la escena para que todos necesitemos convertirla en poesía olvidándonos de la repulsión que producen las víboras, o anotando en la cuenta para conseguir que esa simple palabra “víbora” cobre otro sentido mucho más rico y explosivo que la misma palabra escrita en un diccionario o en el manual de ciencias naturales. La forma de ordenar hechos y palabras, eso que llamábamos la Trama, es lo que enriquece enormemente la cuentística de Amanda.
Otro aspecto nos ayuda enormemente a ser amigos de la lectura de Amandita es el recurso de la ironía y el constante humor que despliega en las descripciones y nos acecha a cada vuelta de página. Es lo que Oscar Wilde llamaba el “encanto” de la escritura, quien escribe debe tener algo encantador, algo que acompañe festivamente la lectura, vean este párrafo en el que describe a un arriero que se creía yacaré profesional, de esos que estacionan naturalmente en las camas de mujeres ajenas sin problemas:
Había llegado a ser yacaré casi por destino de hombre
agraciado y porque llegó a la conclusión de que el amor es
menos comprometido con todas que con una, que mujer de otro
siempre es prudente, que donde cabe uno se requieren dos
para ir aguantando y que hijo que nace en nido ajeno es
preocupación de otro.
No hay forma de sentirse ofendido u ofendida al leer este fragmento, hay una simpatía que nos hace guiños, nos susurra al oído muchas más cosas que las que simula decir, está desplegando toda una posición ante la vida, los compromisos, los vínculos sociales y legales. Y lo hace con una desfachatez que invita a la complicidad que necesita el juego literario para hacerse verosímil. Para ser creído por el lector levantando momentáneamente la barrera de la crítica que fácilmente objetaríamos si alguien nos confiesa que piensa de este modo de todas las mujeres y vecinos. El milagro de la ficción nos permite pasar por alto la realidad para leerla desde otro ángulo, que no es menos verdadero pero tiene la indulgencia plenaria de ser una mentira escrita por la imaginación humana. Por eso siempre decimos que escribimos mentiras para contar la verdad.
La ironía ya llega casi al sarcasmo cuando Amanda escribe, en otro cuento, lo que sucedió con el tío Cipriano:
En mi familia todas robamos, pero solamente fotos. No
somos ladronas. Pero amamos los recuerdos y temblamos de pavor ante el menor dèjavu y es porque llevamos en cuenta que el alzheimer nos puede agarrar en un descuido. Por eso vivimos alteradas ante la sospecha de que pueden olvidarnos en un rincón o en el fondo del patio cuando seamos viejos, como le ocurrió a tío Cipriano, el que murió en la hamaca un miércoles de Ceniza y recién el domingo de Pascua nos dimos cuenta, y es que era tan flaco que hedió tarde y tarde quedó grisáceo de tan morocho que era.
Cualquiera puede ver que la sintaxis del relato, lo que llamábamos la Trama aquí está invertida. Primero nos enteramos que en esa familia las mujeres roban fotos para conservar recuerdos, después sabemos que el olvido ha sido tan siniestro que ya tienen un muerto por esa causa, es decir el ordenamiento de la fábula se invirtió en la trama para que se resaltara la importancia que tiene la memoria humana en la gente y en los pueblos. Pero todas estas son conclusiones a las que llegamos después, primero está la mano diestra de Amanda relatándonos algunos acontecimientos a los que va uniendo por medio de descripciones fantásticas, y aquí digo fantásticas en el doble sentido del término: magníficas y llenas de recursos literarios que enriquecen ese código particular que utiliza la lengua cuando es auténtica literatura. Pero también fantástica porque lo que predomina es la imaginación cuya base es de índole fantasmática, misteriosa, que proviene de la imaginación donde todo es posible, hasta el asombro.
El cuento que lleva el título del libro “El diablo por un agujero” es un nítido ejemplo de la narratividad de Amanda. No voy a desmenuzar la trama porque no quiero arruinarla adelantándoles lo que sería mejor que lo leyesen por ustedes mismos. Sólo adelanto que se trata de un inquisidor, una doncella y su madre, en aquellos fieros tiempos cuando la Iglesia determinaba quién debía ir al cielo o al infierno en esta misma tierra ejecutando víctimas a diestra y siniestra.
Muchas veces al visitar colegios donde vamos a realizar esos encuentros con el autor que tan inteligentemente proponen algunos docentes, maestras y profesoras, los alumnos y alumnas nos preguntan: ¿Cómo escribió ese cuento? ¿Hay algo de su vida allí? ¿Lo sacó de la realidad? Y es siempre un poco incómodo responderles porque es sí y no, pero nuestro pensamiento guiado por los 4 principios básicos de la lógica repudia que algo sea y no sea al mismo tiempo. Pero sucede que, como en los sueños, muchas veces partimos de algunos elementos de la realidad, como en los cuentos “El gato” y “La boa” de este cuentario, para abrir después los hechos en miles de ramificaciones que ya no son las de la realidad, de lo que sucedió afuera, sino de la realidad interna, de lo que sucede dentro de la mente del autor o autora para transformarse en ficción. Ese cuento de “La boa” les recordará un hecho puntual que sucedió hace un tiempo, cuando una mujer de la campaña había denunciado que al marido se lo comió una serpiente inmensa. Supongo que algunos recuerdan el episodio. No diré nada más, quiero que ustedes lean por ustedes mismos lo que sucede con un hecho que parece anecdótico cuando cae en la cabeza calenturienta de la gente que escribe.
Amanda con letra segura les dirá muy más que miles de teorías que yo pudiera exponer aquí para analizar una obra literaria. Las teorías sueles ser aburridas pero la lectura de este libro de cuentos les va a proporcionar mucho placer, casi sin saberlo llegarán a tener entre las manos a una amiga, Amanda, insinuando los costados que no pudimos ver en los hechos porque estábamos atentos a otros detalles, pero ésa es la misión de la estética: despertarnos del sueño que llamamos vida a otro sueño mucho más rico e inquietante que llamamos imaginación.
Y en esto, Amanda es una garantía.
Gracias.
Alejandro Maciel, 4 noviembre 2010
Biblioteca Manzana de la Rivera
Asunción, Paraguay
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