El cine y el Timeo.
Hablábamos de los viejos cines de barrio en los que daban tres películas en una sola tarde/noche de cinco horas o más; de los preparativos que exigía la maratón, las viandas, y entonces Jorge Cruz dijo: “nos pasábamos cinco horas encerrados en un sótano todos los sábados”. Muy bien señor Cruz, ¿quién estaba encerrado? Su cuerpo, sus músculos, sus huesos, la intrincada red de venas y arterias que acuden al corazón llevando sangre para ser enérgicamente expulsada de nuevo, sus vísceras mudas. Toda nuestra anatomía y fisiología está encadenada a una sala oscura como la caverna “La República” de Platón pero nuestra mente no, si el film consigue excitar la complicidad estamos soñando o conviviendo las aventuras y desdichas de una sufrida María Félix, el rítmico zarandeo de Ginger Y Fred, las acuáticas circunvalaciones de Esther Williams y nuestra inefable Isabel Sarli, su émula del sur, los arranques de furia de Sofía Loren, las cabalgatas de los wésterns con el humo de la pólvora cubriendo el instante en el que la muerte cierra los ojos a los inoportunos.
Me niego a llamar “alma” a eso otro que no está sentado en la butaca aburriéndose moralmente durante cinco horas y que debe soportar estoicamente la incomodidad de huesos y articulaciones entumecidos de esa especie de yoga que les imponemos para seguir viviendo “en otro mundo” con la imaginación como capitana de la nave del cuerpo.
¿Es así, señor Cruz?
Si es así, debemos reconocer que ese dualismo que los críticos han denostado hasta la exageración en Monsieur Descartes no debe de estar tan equivocado.
Alejandro Maciel, 27.7.08.
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