viernes, 26 de octubre de 2007

ANATOMÍA DE LA MUERTE: la autopsia.

ANATOMÍA DE LA MUERTE
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(O de cómo se hace una autopsia decente a la gente...)

Nota: si es usted extremadamente sensible, necrofóbico/a o le impresiona fácilmente la sangre, le recomiendo que de vuelta la página y lea el siguiente artículo, muy interesante por cierto...

Gente minada por el virus de la curiosidad insana me ha interpelado por allí. Tras la lectura de las notas sobre la autopsia de Napoleón, quieren saber qué es una autopsia, cómo se hace normalmente, (como si alguna normalidad rondara en eso de andar trucidando cadáveres; ¡vaya concepto de la normalidad que tienen nuestros vecinos!), qué tiene que ver esto con las pericias jurídicas y otros enigmas similares. Sospecho que la misma curiosidad morbosa me instigó en otros tiempos a seguir la Anatomía Patológica como especialización médica. Alguna necrofilia encubierta andará fisgando; esos rasgos recónditos son como los baúles del desván de nuestra personalidad, son los que mueven secretamente los resortes de nuestra voluntad y, víctimas al fin, caemos como el Cristo hasta tres veces en el mismo camino aunque sin cruz a cuestas. Antes que nada debo decirles que no cualquiera puede darse el lujo de ser necropsiado. "Necropsia" es más correcto que el vulgar término "autopsia"porque es un prefijo que se refiere a muerte, mientras el sufijo alude a espiar, ver, mirar detalladamente; y una necropsia a fin de cuentas no es más que un espionaje de la muerte.
Primero, es mi deber aclararle que para ser necropsiado antes usted debe hacer el favor de morirse; de otro modo sería un crimen, y aunque algunos cirujanos titulados lo frecuenten, no basta para convertirlo en un respetable acto científico como es la necropsia. Segundo, la comunidad médica debe abrigar dudas acerca de la causa de su deceso. Si ha sufrido un accidente, si falleció de una muerte esperada(aunque siempre inoportuna) o todos saben por qué usted terminó feneciendo, no puede ser necropsiado. Las llamadas "autopsias forenses" son un remedo sin remedio de la verdadera necropsia; los peritos se conforman con escarbar en la parte del cuerpo donde se alojó el proyectil hasta extraerlo, como gustan decir. Que es como suponer que los proyectiles, víctimas de la falta de planificación urbana no tienen más remedio que mudarse a su pulmón o hígado para causarle quebrantos en el vecindario.Las autopsias forenses son a las verdaderas necropsias como la manzanita con agua mineral a una cena suculenta en un restaurante de 4 tenedores para arriba.
Tercero, para ser necropsiado usted debe contar con un verdadero patólogo de vocación, un abnegado híbrido entre el galeno y el embalsamador de pompas fúnebres dispuesto a realizar un trabajo que no cualquiera lo hace con arte y encanto. He llegado a conocer verdaderos carniceros con menos industria que Jack el Destripador hurgando en el abdomen de un prójimo que para colmo de males, no se puede defender. Se empieza por tender al interfecto (muerto o muerta) acostado boca arriba como dicen en la campaña, sobre una mesa de aluminio en posición anatómica y antes que se inicie el rigo mortis, que no es más que el endurecimiento muscular que algunos fisiólogos atribuyen a sustancias químicas pero que los antiguos (que de esto sabían) adjudican al pavor que ocasiona al alma el cruce de la laguna Estigia. Estando en esta posición, se hace un corte con un cuchillo (el bisturí se usa para las cirugías; mi querida señora, en este caso ya no hacen falta sutilezas...) desde el mentón al pubis rasgando la piel que sisea como si se desgarrara el tapiz de su sofá. Le aclaro que sangra muy poco: los muertos tienen sus atenciones, no son como los vivos y mucho menos como los avivados. Abierto el cuerpo de esta manera, queda expuesta la parrilla de costillas verdaderas y falsas; sí mi querida señora, en el cuerpo tenemos elementos falsos, cómo sorprendernos que en el alma abunden.... que con una cizalla iremos cortando para dejar al descubierto el corazón y los pulmones. Inmediatamente, se extrae el corazón con todos los sentimientos y rencores todavía tibios recortando como quien poda las cuatro venas pulmonares, la aorta, las dos venas cavas y todo cuanto lo mantenga anclado al pecho. Después, con un golpe seco guillotinamos la tráquea liberando a los pulmones de su celda en el tórax. Recortamos el músculo del diafragma que es como la cúpula de un panteón que separa el pecho del abdomen. Después vamos de nuevo al mentón a recortar la base de la boca para desprender la lengua con todos sus vituperios a cuestas, que se va separando arrastrando el esófago, el estómago que le sigue, el duodeno y los siete metros de intestino delgado con los tres cólones hasta llegar rectoo al recto, que de nuevo amputamos y de este modo podemos apartar toda la masa de vísceras abdominales en una bandeja ad hoc. Luego, nos resta separar el fornido hígado, cuyo tamaño ya nos sugiere qué cantidad de bebidas alcohólicas pasaba por allí normalmente, el inocente bazo de quien estoy seguro usted jamás oyó decir un chisme decente, el tímido páncreas, los dos riñones (suponiendo que no se le haya ocurrido donar uno en vida) que arrastran en su salida a los uréteres y la vejiga. Creo no haber olvidado nada; porque si yo le contara todo lo que he visto olvidarse dentro de los operandos; podríamos llenar el museo que serviría para recordar con omisiones que es mejor olvidar. Desde guantes, tijeras, pinzas erinas, un corpiño... distraídos cirujanos han olvidado hasta sus relojes dentro de las cavidades humanas.
Pero no sigamos difamando al gremio. Continuemos con nuestra necropsia. Ya desiertos tórax y abdomen, pasamos a recortar el cuero cabelludo en redondel quitando el casquete como quien arranca una peluca.Con una sierra eléctrica horadamos la huesa del cráneo en forma de diadema tratando de no dañar el cerebro. Una vez destapada la cavidad, la casi cesárea craneal, extraemos cerebro y cerebelo seccionando el bulbo raquídeo.Está de más decir que nos quedamos con todas las vísceras. Mientras un ayudante vuelve a cerrar lo abierto, a coser lo recortado y obturar lo desopilado, nosotros vamos separando las vísceras y abriendo los tubos o bolsas para ver el interior. La manguera del esófago, una vez abierta, deja ver el brillante interior tapizado por el epitelio. También el estómago debe ser cuidadosamente espiado: ya han visto toda la información que ofreció sobre el finado Napoleón y su úlcera en la curvatura menor. Abrir los sietemetros de intestino delgado y los dos de intestino grueso puede revelarnos desde la existencia de parásitos en forma de gusanos blancos o largas tenias solitarias que acompañaron en vida al difunto, a los temidos cánceres de colon que muchas veces son el casus mortis. De cada pieza se extrae un fragmento, el más dudoso posible, para procesarlo y verlo después con un microscopio. Las vísceras macizas se pesan: el hígado tiene 1.300 a 1.500 gramos, un buen corazón no pesará mucho más de 300 gramos, por nobles que sean los sentimientos del difunto, y el bazo unos 100. Cada una de las vísceras se rebana meticulosamente buscando irregularidades, cambios del aspecto o del color y ante cualquier duda, se recorta un fragmentico para llevarlo al formol y después a la microscopía. Nunca está de más abrir las grandes arterias y sus ramas: se sorprendería de ver cómo abunda la arteriosclerosis de arterias en serie en personas cuyos juicios tomamos absolutamente en serio. También rebanamos finamente cerebro y cerebelo buscando cicatrices de infartos, tumores, deterioros y hasta signos de envenenamiento porque los metales tienen cierta predilección por el tejido nervioso. Todo lo dudoso, se recorta para el microscopio.Ya podemos devolver el cadáver vaciado. La gente necesita funerales y no sería decente de nuestra parte privarlos de una última mirada. Pero las vísceras se quedan con nosotros. Hemos de registrar en un informe sucinto todo cuanto vieron nuestros ojos, pesos, medidas, anomalías, defectos. En una segunda etapa viene el procesamiento del material microscópico. Aumentando unas 1.000 veces el tamaño de un objeto no es de extrañar que hallemos en Liliput lo que no encontramos en la tierra normal de los antepasados. Todas las lesiones infecciosas, tumorales o degenerativas quedan al descubierto bajo la mirada de un ojo multiplicado por 1000.Terminó la sangre, las vísceras y sus enchastres y ha llegado la hora del formol, las acetonas y el tuluol para diluir en parafina los tejidos sospechosos de albergar algún tumor o su colonización, que se llama metástasis. O focos de infección donde se reúnen los gérmenes como en una gran kermesse a maleficio del difunto. Pero lo prodigioso es observar bajo la enfiladas lentes del microscopio cada célula con el tamaño de nuestros dedos. En ese mundo virtual de lentes cóncavos y biconvexos lo infinitamente minúsculo se transforma en la evidencia magnificada de un mapa patológico: la geografía y topografía de las enfermedades que nos llevan a la tumba.Pero también allí; en ese submundo mórbido acecha la maravilla, donde cada célula vuelve a repetir la imagen del universo, que es la misma imagen del átomo y tal vez la del hombre que está a mitad de camino entre ambos.

Muchas gracias: Alejandro Maciel. Asunción, Paraguay, 2004.

2 comentarios:

Jerónimo dijo...

Sr. Prof. Dr. Alejandro Bovino
Ha sido un placer leer su descripción de una necropsia. Muy delicada su manera de encarar el tema, en donde no falta la ironía y el fino humor.
La lectura me incita a leer más sobre su trabajo.
Soy un sufriente colega de un hospital del conurbano, de cuyo nombre no quiero acordarme...
Saludos cordiales y felicitaciones.
Jerónimo Roccatagliata
jrocata@telecentro.com.ar

Jerónimo dijo...

Sr Prof. Dr. Alejandro Bovino
Muy ilustrativa e interesante su descripción de una necropsia.
Todo mechado con una sutil mezcla de ironía y fino humor.
Un placer leerlo.
No tengo el gusto de conocerle pero ésta lectura me estimula a conseguir alguna de sus obras.
Saludos cordiales de un sufriente médico del conurbano de Bs. As.
Jerónimo Roccatagliata
jrocata@telecentro.com.ar