LA CASA DE LA MEMORIA
Adentro había un movimiento febril.
Miles, millones de ratones vestidos con guardapolvos grises trabajaban
activamente sin descansar. Unos escribían sentados en pupitres de madera
mientras masticaban lo que parecían ser copos de arroz. Otros iban y venían
transportando bandejas atestadas de rollos de color ocre. Muchos estaban
apostados frente a una incalculable cantidad de anaqueles que tapizaban
prácticamente todas las paredes de las salas.
Todos parecían muy concentrados
en la tarea de poner y sacar los rollos que estaban apilados, les daban un
vistazo y volvían a dejarlos en su sitio; así interminablemente hasta que daban
con el que buscaban afanosamente; entonces llamaban a uno de los
ratones-ordenanzas, cargaban el rollo en la bandeja y lo enviaban a algún
sitio.
Los más ágiles subían y bajaban
por delgadas escalerillas de metal que unían los distintos niveles de la
inmensa biblioteca que debía tener más de veinte pisos de estantes apilados uno
sobre otros, aunque era difícil calcularlo porque la luz no alcanzaba para
iluminar la altura de la sala hasta el techo ni hasta el norte ni el sur donde
parecía prolongarse infinitamente.
-El espacio parece ser inmenso, -comentó Martín.
-Todo es ilusorio, -fue la respuesta de la Rata Noruega.
Casi todos calzaban gruesas gafas (seguramente tenían los ojos gastados de
tanto fijarlos en los escritos) y muchos también estaban severamente
encorvados.
-¿Qué es lo que escriben? –averiguó Martín.
-Recuerdos.
-¿No me había prometido ver el futuro?
-La memoria del pasado es todo el futuro que nos espera.