Historia
del Bayesian: Ni Dios lo podría hundir.
Cuando partió en su primer y único viaje el Titanic, el ingeniero que
botó la majestuosa nave proclamó que “ni Dios la podría hundir” y no hizo falta
tanto derroche de potestad divina, ya que un simple iceberg, en el camino, le
abrió un tajo al casco que terminó en el trágico naufragio tan hollywudense, por todos conocido.
Ayer, el lujosísimo velero Bayesian, rentado para magnates como crucero
selectivo (sólo tiene capacidad para 12 invitados, a pesar de sus 56 metros de
eslora y toda la última tecnología en astilleros que ha conseguido una nave de
aluminio equipada con arneses y maquinaria computarizada capaz de prever y
sortear el menor obstáculo marino) se hundió frente a las costas de Porticello,
muy cerca de Palermo, Sicilia, que era el destino final. Tenía el mástil de
aluminio más alto del mundo (57 metros), 3 mil metros cuadrados de velamen y
dos motores diésel MTU de máxima potencia, 436 metros cuadrados de cubierta con
seis lujosos camarotes en suite, de 143 metros cuadrados cada uno. La renta
semanal de esta isla de lujo con sus 10 miembros de tripulación altamente
entrenados, costaba 195 mil euros. Naufragó en medio de un tornado y de los 12 lujosos
inquilinos, únicamente pudieron rescatar hasta el momento a una madre británica
con su pequeña hija, ambas internadas en el hospital de Porticello. El yate ha
sido detectado en el fondo marino, a unos 50 metros de profundidad y con varios
cuerpos en su interior que aún no pudieron rescatar en medio del temporal que
azota la zona.
Muy cerca, entre la Italia continental y la isla de Sicilia, se encuentra
el estrecho de Messina, sitio frecuente de naufragios célebres desde la
antigüedad donde la mitología situaba a dos monstruos de piedra, Escila y
Caribdis, que acechaban a los barcos y cuando estos ingresaban por el estrecho
pasadizo de mar, las monstruas de piedra los aplastaban entre sus paredes.
Ulises, en la “Odisea” consigue zafar mediante un ardid pero pierde casi la
mitad de su flota.
La moderna mitología que ha creado el mercantilismo capitalista hace del
lujo una forma de ostentación para sentirnos superiores a los demás. No todo el
mundo puede invertir 195 mil euros en un ‘viajecito’ de una semana que muy bien
podría hacerse por otros medios normales: avión, trenes, barcos y sin correr
grandes riesgos. No todos tenemos la chequera del magnate británico Mike Lynch,
que se cuenta entre los desaparecidos y quizás esté jugando a los naipes con el
furibundo dios del mar, Neptuno. Lo cierto es que el astillero Perini Navi (constructores
del yate) enfrenta ahora una millonaria demanda por parte de familiares
secundados por un coro de abogados que van a exigir el precio que acuerden
sobre cada vida humana.
¿Tiene precio nuestra vida? ¿Cómo resarcir el dolor de un padre, una esposa,
un hijo ante la pérdida de una vida? Obviamente, la vida no tiene precio porque
nadie puede justipreciar el valor económico que le restaba a ese señor ahogado,
cuánto podría seguir ganando de estar vivo, cuánto tiempo más de sobrevida le
quedaba, en fin el balance económico-financiero de algo que es intangible: la
vida.
Pero el seguro, que vive de cotizaciones, siempre tiene la última palabra
en estos casos. Tampoco para el Bayesian hizo falta que Dios se tomara la
molestia: un viento más riguroso que lo habitual, hizo el desastre.
ALEJANDRO BOVINO MACIEL
BUENOS AIRES, agosto 2024.
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